Por:
Franz Reynaldo Chávez
(Bombero voluntario
y periodista)
Unas plantas o una pesada fotocopiadora de 1.200 dólares son tanto o más importantes que documentos personales o la vida misma cuando se trata de huir de El Alcázar, el edificio que hasta hace poco confería a sus habitantes el privilegio de vivir en el centro de La Paz, la ciudad invadida por los grandes edificios.
“Por favor, lleven estas plantas”,clama un inquilino del piso intermedio, y sorprendido un rescatista de bomberos interroga: “¿no tiene algo más importante para salvar?”
“¡Eso es importante!”, se escucha como respuesta. En veinte minutos rigurosamente controlados por personal de emergencia de la Alcaldía, no hay tiempo para el debate y la planta, con macetero incluido, es la primera rescatada y luego vendrían los árboles bonsái.
Las autoridades municipales resolvieron la evacuación del edificio por el riesgo de desplome a consecuencia de daños en una columna que soporta la enorme estructura.
En otro ambiente, un grupo de personas dirige al personal de evacuación y ordena el retiro de archivadores de tapa dura que caen en desorden en un saco de polietileno celeste, y poco a poco los kilos de abundante documentación tensan las espaldas de un bombero.
Una pareja, desesperada y con una respiración agitada por el tiempo que corre, prepara una enorme fotocopiadora. Ambos retiran el papel de la bandeja, impulsan el artefacto sobre sus minúsculas ruedas hasta que llega el momento de llevarla a la planta baja.
Piden a los bomberos que se encarguen de la tarea. El aparato que, según su dueño tiene impresora, scanner y “todo en uno”, y cuesta 1.200 dólares, pesa más de 70 kilogramos, todo un desafío para cuatro personas de overol rojo, cascos y linternas.
El desarmar por partes alivia unos pocos kilogramos, pero la estructura metálica se asemeja a un bloque de acero. Nunca antes la escalera caracol sería un obstáculo grande para llevar el artefacto a piso seguro.
El primer peldaño es de suspenso, la máquina se desliza de entre los enguantados dedos, se sostiene en los brazos que comienzan a debilitarse, hace sentir inevitable su peso…y cae con un golpe que llega a la conciencia del personal, mientras los dueños se estremecen con expresión de miedo contenido y en silencio.
En el reducido espacio no caben más personas, y sólo cuatro bomberos deben resolver esta faena. Las gotas de sudor asoman, un cruce de miradas intenta respuestas y mejor fórmula para concluir el descenso, la conclusión es la misma.
Muchos minutos, una mejora de la técnica y al final la fotocopiadora intacta en la planta baja es el resultado de una de muchas tareas de rescate cumplidas por personal de Bomberos, de la Alcaldía y de otros grupos de voluntarios. “Desde hoy odio a las fotocopiadoras”, dice agotado un bombero voluntario.
Un rescatista ha observado que algunos inquilinos del edificio de dos torres tomaron rápidamente cajas pequeñas de joyas, pero otras repararon en sus lámparas y pinturas que adornan lujosas habitaciones en este complejo con vistas maravillosas de la ciudad.
En las puertas del enorme edificio de verde ocre y guindo pálido, el comandante de Bomberos, Cnl. Gustavo Daza, dirige las operaciones de rescate y a todos los equipos, mientras el subcomandante, Cnl. Edwin Lazo, supervisa y transporta bienes para agilizar el desalojo forzado.
Las tareas de rescate son agitadas y en ambiente de nerviosismo que contagian a los reporteros gráficos. Uno de ellos extrae una Nikon del maletín, calcula la distancia, coloca la abertura exacta de diafragma y cuando se apresta a disparar, advierte que su lente aún lleva la tapa de protección. Los vigilantes concedieron sólo tres minutos para obtener imágenes.
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