El pasado 22 de diciembre el escritor Víctor Montoya fue condecorado por la Universidad Nacional Siglo XX y el Gobierno Autónomo Municipal de Llallagua. Este reconocimiento se realizó en el marco del 55 aniversario de la creación de esta ciudad y una sesión de honor. En esta oportunidad se destacó la labor literaria del autor y se hizo la entrega de una condecoración por su aporte intelectual reflejado en su labor literaria.
Víctor Montoya, evocando su condición de escritor comprometido con la realidad social y reconociéndose como hijo de entrañas mineras, agradeció al Honorable Concejo Municipal por haber decidido condecorarlo con tan alta distinción, que lo llenaba de orgullo y felicidad, porque no siempre uno es profeta en su propia tierra.
En esta ciudad rodeada de montañas, donde el magnate minero Simón I. Patiño se convirtió en el “barón del estaño”, tras haber hallado la veta más rica de este preciado metal, vivió y estudió el reconocido escritor boliviano Víctor Montoya, quien supo plasmar en sus obras, con realismo descarnado y desbordante fantasía, el mundo de las minas y sus habitantes, a partir de una experiencia que le tocó vivir desde su más tierna infancia.
En el relato “La letra con sangre entra”, incluido en el libro “Cuentos violentos”, narra los años de su infancia en la escuela Jaime Mendoza, en la cual cursó el ciclo primario. Asimismo, la novela El laberinto del pecado, que se editó por primera vez en Suecia, en 1992, recrea sus años de estudiante en el Colegio Primero de Mayo y el Colegio Junín, ubicado en los Campos de María Barzola.
En las calles de Llallagua, ahora llena de comercios y estudiantes universitarios, transcurrió su infancia y adolescencia, sin sospechar que un día llegaría a constituirse en uno de los escritores más destacados del país y en uno de los más importantes cronistas de los centros mineros, con novelas, cuentos, artículos y ensayos, que se leen a nivel nacional e internacional.
En este mismo baluarte de las luchas sindicales, que en la primera mitad del siglo XX fue el sostén de la economía nacional, asumió conciencia política y se hizo dirigente estudiantil, hasta que el régimen dictatorial de los años 70, acusándolo de “subversor del orden establecido”, primero lo lanzó a la cárcel y posteriormente al exilio.
Estando en Estocolmo, en calidad de refugiado político, escribió gran parte de su obra, que se inició con la publicación de su libro de testimonio “Huelga y represión”, cuyas primeras páginas redactó en las celdas del Panóptico de San Pedro y en la cárcel de Viacha.
Su libro Cuentos de la mina, que ha merecido varias traducciones y comentarios elogiosos de la crítica especializada, nos acerca al realismo fantástico de las minas, donde sobreviven el sincretismo religioso y los resabios del mestizaje colonial a través del Tío de la mina, quien encarna la cosmovisión andina y la religión católica en perfecta combinación entre lo profano y lo sagrado.
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