Hace pocos días, la FAO dio a conocer estudios sobre el hambre en el mundo. El caso boliviano es patético porque señala que hay dos millones de bolivianos que sufren hambre. Aunque el problema no es ajeno al conocimiento de todo el país, el que una institución internacional dé a conocer datos precisos al respecto, quiere decir que lo hizo basada en estudios y datos fidedignos.
Pese a lo que aseguren muchas autoridades, hay una verdad que pesa gravemente: somos un país pobre, subdesarrollado y dependiente y desde hace muchas décadas buscamos salir de semejante sima que nos sume en una serie de problemas que se hace difícil solucionar. El hambre que sufre parte de nuestra población es efectivamente grave y los ejemplos se presentan diariamente con campesinos que esperan limosnas de quienes buenamente puedan proporcionarlas; a la vera de nuestros caminos se presentan muchas personas que esperan ayuda de quienes pasan delante de ellos.
Las deficientes condiciones de vivienda, la falta de educación y medios para atender la salud son notorias en muchas regiones. El abandono de nuestra niñez -al extremo de que hay muchos centenares en las cárceles conviviendo con reos y expuestos a muchos peligros- es alarmante y, lo más grave, no hay planificación alguna para evitar esa vergüenza con la niñez abandonada.
Hay hambre en Bolivia y el dato se refiere sólo a dos millones de personas, cuando la realidad es mucho mayor porque si parte de la población tiene alimentos, no son los necesarios y efectivos para fortalecerlos y evitarles enfermedades por efecto de la desnutrición. El hambre también radica en el hambre de empleo, de atención en educación y salud, de cubrir las necesidades más urgentes en el hogar, hambre de cultura y de infraestructura que permita contar con medios para alcanzar los niveles que los medios de comunicación, especialmente televisión, pueden ofrecer.
La pobreza genera hambre y urgencias que el Gobierno hace poco o nada para remediarlos: en primer lugar evita la inversión de capitales financieros, tecnológicos y humanos para crear riqueza que genere empleo, porque la falta de éste determina ausencia de medios para solventar la economía familiar. El Gobierno tiene un desafío muy serio ante el anuncio de la FAO y haría muy bien en destinar presupuestos para remediar una situación amarga para millones de habitantes del país que observan alarmados el dispendio de dinero en cuestiones inútiles, en lugar de combatir a la pobreza y crear condiciones donde el hambre sea derrotado.
Será preciso que se tome conciencia de nuestras realidades alimenticias y se dé pasos para producir más y con mejor calidad, con miras a evitar la dependencia y hasta importación de bienes de consumo que tenemos capacidad para producirlos.
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