Buscando la verdad
Contar con recursos naturales debería ser visto como una bendición de Dios y una posibilidad para el desarrollo, aunque algunos opinen lo contrario al ver cómo países ricos en recursos naturales son al mismo tiempo muy pobres, sin darse cuenta que el problema no es la abundancia de aquellos sino más bien su administración. Al final de cuentas, lo que hace a un país desarrollado o no, es la buena o mala administración de sus recursos, en eso coincidimos con el Ing. Claudio Mansilla Peña, ex dignatario de Estado, gran empresario y buen amigo mío.
La historia económica del país está marcada por exitosos períodos de auge como el de la plata, la goma, el estaño, el petróleo y el gas, lamentando que su éxito dependiera siempre del alto precio de esas materias primas y no de su industrialización. Diversos fenómenos políticos y sociales marcaron “hitos históricos” derivados de aquello incluyendo guerras y pérdidas territoriales, así como revoluciones y caudillismo, sin hacerle bien al país.
Lo normal en la administración de los colosales recursos de la actividad primario-exportadora fue orientarla más al gasto público concurrente con políticas gubernamentales -atiendo tu necesidad a cambio de tu voto- antes que a políticas de Estado para impactar radicalmente en la vida de la gente con inversión en mejor educación y salud.
Asimismo, pasada la ilusión de que todo iba bien durante el auge de fácil manejo, el derroche de ingresos sin ampliar la base productiva de forma sostenible, devino siempre en la dolorosa vuelta a la cruda realidad de la miseria.
El no saber discernir entre un “activo” y un “pasivo”, algo que se trasmite atávicamente en la gente y el Estado -según Mansilla- resulta clave para explicar la pobreza en Bolivia.
“Como clase media creemos que nuestros autos y casas son “activos”, y lo son, pero para el Banco y no para el propietario, para quien representa un flujo de caja negativo, incluso después de que ha terminado de pagar el bien, el cual se deprecia y al que se le gravan impuestos y costes de mantenimiento. Creemos que es una “inversión”, y si nos dedicásemos a la compra y venta así sería, pero nadie compra “su” casa para venderla. Igual noción de economía familiar podría aplicarse al Estado”, dice con preocupación porque, más allá de las transferencias para ayudar a segmentos vulnerables, ciertas inversiones públicas realizadas durante el auge -pareciendo buenas a corto plazo- bien podría ser que -a la postre- resulten un pesado lastre para el país…
El autor es Economista, Magíster en Comercio Internacional.
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