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En dos semanas más será conocido el fallo de la Corte Internacional de La Haya sobre la controversia marítima peruano-chilena, en el final de una disputa que ha fortalecido las bases para un mayor entendimiento entre las dos naciones y abonado la cooperación económica, ahora en la cumbre de sus relaciones bilaterales. Será uno de los momentos de mayor trascendencia en el Pacífico sudamericano desde la guerra del siglo antepasado, cuando Bolivia y Perú se enfrentaron a Chile. Nuestros dos vecinos engavetaron la cuestión, por años una espina en los pies de ambas (Perú demandó a Chile ante la Corte Internacional de Justicia en 2008), y decidieron que la mejor manera de evitar traumas mayores en sus relaciones era fortalecerlas en todos los ámbitos de modo que cualquiera que resulte el fallo, se vuelva sólo una anécdota en la historia de ambos.
Cuando La Haya se pronuncie, las relaciones peruano-chilenas estarán acorazadas por un floreciente comercio bilateral que al final de 2013 bordeaba los 5.000 millones de dólares. A ese intercambio se sumaban las inversiones directas que, por parte de Chile en Perú, llegaban a los 12.000 millones de dólares el año pasado; las de Perú en Chile se aproximaban a los 10.000 millones de dólares. Integrantes fundadores de la Alianza del Pacífico, ambas se perfilaban como las economías mejor entrelazadas de América del Sur.
Es posible, inclusive probable, la reaparición de tensiones a medida que se aproxima la fecha del anuncio. Pero el entramado de intereses parece suficientemente fuerte como para superarlas.
El acontecimiento ocurrirá cuando Bolivia tiene su propio litigio con Chile anclado también en La Haya, que deberá pronunciarse en un número indeterminado de años (cuatro, dicen quienes se atreven a avizorar un lapso de tiempo). Hasta entonces, el margen de maniobra boliviano para su demanda marítima será estrecho. Sin aliados firmes de peso efectivo, las gestiones que pueda desarrollar Bolivia dependerán de su capacidad de convencer a nuestros vecinos chilenos de mostrar un camino más claro y expedito para resolver la cuestión.
Sobre el curso accidentado de las relaciones boliviano-chilenas he recibido estos días las obras de dos protagonistas que vieron de cerca los vaivenes de la política marítima boliviana: el ex presidente Carlos Mesa Quisbert y el ex vice-canciller Marcelo Ostria Trigo. “El largo camino a casa”, del primero (Editorial Pazos Kanki), y “Temas de la Mediterraneidad” (Garza Azul, La Paz), del segundo, ilustran sobre capítulos salientes que precedieron a la política emprendida por el presidente Morales. Algunos conceptos se vuelven indelebles. El de Mesa, cuando subraya que las propuestas bolivianas siempre fueron mesuradas, incluso tímidas como los pasos de quien camina sobre un campo minado; el de Ostria Trigo, cuando en su compacto y detallado recuento histórico subraya la necesidad de jugar simultáneamente a dos bandas y de avanzar sólo cuando todas las aristas de cada banda hayan sido debidamente limadas.
Ante el inminente fallo sobre el litigio peruano-chileno, vale la pena repasar cada detalle que nos llevó, al menos hasta 2006, a nuestra actual encrucijada. A partir de ese fallo, puede comenzar una nueva historia en el sur del continente.
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