Alfonso Echávarri Gorricho
La crisis económica ha llevado a muchas personas a perder su empleo. Y aunque las consecuencias son las mismas, observamos que el impacto de este acontecimiento no es el mismo si la pérdida del puesto de trabajo es a causa de un despido en masa, como puede ser cuando una empresa cesa totalmente su actividad, que si se trata de un despido individual.
En el primer caso acontecen una serie de mecanismos que acompañan al shock inicial de la noticia, muy cercanos al desconcierto y a la rabia colectiva fruto de un sentimiento de injusticia. Es el conjunto de los individuos que en un principio parece que reacciona en bloque. Pero esta situación suele durar poco tiempo, ya que con gran rapidez comienzan a aparecer las realidades personales que imponen de manera inexorable la individualidad del problema: mi hipoteca, el colegio de mis hijos, el recibo de mi comunidad y los yogures de mi nevera.
En el caso del despido individual la persona se enfrenta en solitario a este punto y aparte. Quedarse sin empleo es algo que generalmente quita el sueño, y esto permite movilizar al individuo para hacer frente a la pérdida y posibilitar el restablecimiento del equilibrio con la búsqueda de un nuevo trabajo. El problema comienza a producirse cuando la persona no es capaz de dar solución relativamente rápida al problema y va pasando el tiempo entre su currículum y las ofertas de empleo que demandan un perfil sin perfil. Esto último se convierte en una fuente de gran estrés en profesionales con una gran formación tanto académica como experiencial a sus espaldas que han visto cómo toda su reconocida valía ha acabado en un expediente de una oficina de empleo de barrio. El problema comienza cuando una cascada de ideas irracionales comienza a tomar el control del pensamiento. “Y si no vuelvo a encontrar trabajo, ¿qué va a ser de mi vida con cincuenta años?”.
Se trata de pensamientos que no están basados en la realidad sino en suposiciones fruto de una mente a la que no se le permite descansar. El peligro radica en que la persona comience a adoptar una conducta derrotista que cumpla a rajatabla los mandatos de su pensamiento y que la pasividad, el desencanto, la apatía y el conformismo depresivo se conviertan en el estilo de personalidad y tarjeta de presentación de la persona.
El pensamiento anterior suele llevar el autocastigo relacionado con algunas decisiones que la persona tomó o no lo hizo en el pasado. “Si hubiera cambiado de empresa cuando me ofrecieron esto o aquello…”. Pero a no ser que disponga de una máquina del tiempo es imposible emprender un viaje hacia atrás. Estancarnos en un almacén de memoria nos pone en un callejón sin salida.
El viaje hacia un futuro catastróficamente imaginado o hacia un pasado imposible de modificar, consigue que la persona no permanezca en la única unidad temporal que puede permitirle encontrar una solución: el presente. Es en el hoy y en el ahora donde la persona puede poner en un orden lógico y operativo tanto su pasado como la proyección de su futuro. Es en este presente donde el ser humano en crisis puede girar la vista hacia atrás y emprender mecanismos de aprendizaje sobre su propia experiencia pasada que le permitan tomar decisiones adecuadas que tengan repercusión en su futuro desde el planteamiento de nuevas estrategias hasta la decisión de pedir ayuda. Pero siempre desde el estado actual. Por esto es de suma importancia que estas personas se pregunten en qué clase de estacionamiento temporal han dejado su vehículo y desde dónde están intentando dar una salida a su problema.
La realidad está en las personas que tenemos incondicionalmente alrededor, como la pareja, los hijos, la familia y los amigos; en saber pedir ayuda y en el movimiento. Existe una gran diferencia entre estar sin empleo y estar sin hacer algo, ya que es esto último lo que tarde o temprano nos tomará de la mano y casi como sin querer, sin meter excesivo ruido, nos llevará a un callejón sin salida.
El autor es Psicólogo de Teléfono de la Esperanza.
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