Por incitativas del Primer Mandatario, los horarios en escuelas y colegios de la República serían cambiados de lunes a viernes con once horas diarias. El plan sería puesto en práctica paulatinamente en ciudades, pueblos, villorios, etc. con la finalidad, dijo el Presidente, de “mejorar la educación cultural, mental, humanística y, en general, la currícula de estudios de los estudiantes” para formarlos muy bien a través de la educación.
Muchos países cuentan con horarios similares y un caso concreto es el de Japón, donde los estudios se realizan en once horas diarias; pero también cuentan con los elementos precisos para que funcione el sistema: formación especial, eficaz y eficiente de los maestros que, en su mayoría, son licenciados en pedagogía y ciencias acordes con las materias que deben impartir a sus alumnos.
Existen servicios excelentes -al margen de buena infraestructura- de provisión de material didáctico y alimentación de muy buena calidad, empezando por el desayuno y terminando en el almuerzo; al margen de ello, se provee a los niños de refrescos, dulces y otros que cuenten con las condiciones nutritivas y alimenticias necesarias al crecimiento y buena formación física de los niños.
Los programas son cambiados periódicamente porque también se renuevan los sistemas educativos con intervención de los mismos maestros y de pedagogos especialmente contratados; nada está librado al azar y todo se planifica para que los resultados sean óptimos. Las materias seleccionadas conforme a las inclinaciones vocacionales que tengan los alumnos y, si hay cambios en lo que vayan a estudiar en el futuro, también se actualiza conocimientos.
Los maestros son bien pagados y sus sueldos tienen parangón con los de los mejores profesionales que trabajan en centros industriales o de obras comunitarias o centros de salud, según las especialidades. Por supuesto, los paros y huelgas o protestas no existen porque hay conciencia de lo que se hace, para qué se lo hace y cuánto más puede dar cada maestro. Lo importante es que cada uno, desde sus inicios, adquiere conciencia de servicio y vocación con amor para la atención a los niños.
Lo planteado por el Presidente sería lo ideal; pero para cumplirlo hay que seguir todos los pasos que han dado los países ricos y desarrollados en sistemas de educación -caso del Japón-; es preciso formar maestros y contar con los medios necesarios para que el sistema funcione y no sea un nuevo fracaso con perjuicio de una niñez que necesita buena educación, excelente formación y preparación para integrar las universidades. El tema es interesante y debe ser estudiado profundamente sin dejar resquicios que impliquen fracasos o términos medios, especialmente porque se tratará de niños que merecen amor, respeto y consideración.
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