Algo más que palabras
En ocasiones parece como si todo fuese a la deriva. Ahí están las difíciles condiciones en las que muchas personas se ven obligadas a vivir. El sufrimiento que nos trasladan los medios de comunicación es sobrecogedor. La fortaleza del ser humano, ante estos absurdos avatares, es admirable. En cualquier caso, no se puede aceptar que se golpee tan cruelmente a vidas inocentes. Sin duda, tenemos que avanzar en la lucha contra la impunidad. Esto es algo prioritario. También hay que defender el derecho a la libre circulación y luchar contra los abusos. Es otra de las asignaturas pendientes, inclusive entre la ciudadanía europeísta. Desde hace un tiempo, ciertamente, todo parece estar en el mercado de la corrupción, en la compraventa más indignante, en un mal uso de todo.
Lógicamente nada hay que desespere tanto como ver la necedad gobernando hasta nuestros sentimientos. Llegados a este punto, creo que es tan preciso como necesario, que los gobiernos hagan valer el estado de derecho y se fomente la cooperación mucho más. Igualmente, la comunidad internacional debe redoblar los esfuerzos ante cualquier tipo de conflicto. La población no puede vivir en la desesperación y en el descontento permanente. Hemos de crear otro clima más comprensivo y humano, inspirado en la fuerza moral de la conciencia, a modo de examen interior de cada cual. Pienso que es la manera de que cambie el mundo, escuchando nuestra propia voz interior y poniéndola al servicio de la justicia, con la libertad debida.
Para tomar conciencia sobre el futuro que queremos, indudablemente tenemos antes que crear conciencia tolerante y comprensiva, ahondar en nosotros, y ver la forma de unir voces para crear una voz poderosa y constructiva ante tantos desórdenes e inhumanidades que a diario vivimos, como espectadores o víctimas. Con urgencia, tenemos que aumentar la conciencia de los derechos de las personas, además de activar programas formativos para tomar en consideración lo importante que es el respeto en una convivencia. Tenemos que aprender a vivir como ciudadanos del mundo. Nunca ha tenido tanta importancia trabajar bajo este espíritu universal. Es algo que se puede y debe aprender.
Naturalmente, la cuestión moral incide profundamente en cada ser humano a través de un pluralismo de opiniones y de comportamientos. A todas estas voces se las debe atender e intentar entender. Si a veces dentro de cada uno hay otro ser que está contra mí, hemos de buscar la manera de salir de esta esclavitud, y la genialidad no es otra que escucharnos y ponernos en todas nuestras hazañas al servicio de la verdad. O lo que es lo mismo, ponernos a cultivar la paz como camino de nuestros andares.
Hoy sabemos que hay grupos itinerantes que buscan la violencia, que incitan a los hechos más macabros, que se promueve muchas veces un progreso con el sacrificio de otras vidas humanas, lo que urge a practicar la fibra moral y a unir nuestras fuerzas, no las fuerzas armadas, las interiores de cada uno, en el servicio de un interés común, la de salvar a la especie humana, a veces de su misma especie. Es entonces cuando realmente se percibe que hemos perdido la conciencia hasta de que existimos, no por nosotros, sino por todos.
Así, pues, no ha de sorprendernos el llamamiento de la gente a la acción.
Sin duda, ha llegado el momento de que todos los pueblos, con sus moradores a la cabeza, tomen conciencia del imperativo moral que supone hacer frente a tantas inmoralidades sembradas por el planeta. Al fin y al cabo, la ciudadanía debe hacerse valer con el mejor libro de moral que llevamos consigo, la voz del alma. Y cada cual, con su lenguaje interior, debe saber también discernir la senda por la que pasamos, vivimos, y a lo que aspiramos.
El autor es escritor.
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