Vivimos en democracia, hablamos mucho de perfeccionarla, sentimos que sus beneficios pueden alcanzar a todos, creemos que no hay otro sistema que sea mejor ni más adaptable a todos los bolivianos; sin embargo, mucho nos falta vivir plenamente la democracia, y, sobre todo, respetar sus lineamientos, principios y fines.
Exactamente esto es lo que sucedió en los últimos treinta años con las cámaras legislativas con senadores y diputados que parece que no han tomado conciencia plena del significado de la democracia en el funcionamiento de los poderes del Estado y la consecuencia es que período tras período abunden los fracasos.
En 1956, al ser aprobado el decreto para las elecciones de ese año, se introdujo la modificación para el funcionamiento de ambas cámaras con la imposición -equivocada, por cierto- de la designación “a dedo” de senadores y diputados plurinominales que “se ajustaron” a las decisiones del partido que los acoge para desempeñar tales funciones.
Los senadores no son elegidos por el voto popular; en otras palabras no hay voluntad ni decisión ciudadana para su elección porque todos los candidatos son efecto de la voluntad del jefe del partido político. Idéntico procedimiento rige para los diputados “plurinominales” que también son designados “a dedo” por el jefe del partido y no por el voto de la ciudadanía.
Un cincuenta por ciento de la cámara de diputados funciona con diputados uninominales; es decir que son elegidos mediante el voto ciudadano luego de que cada uno de ellos hizo campaña -apoyado generalmente por algún partido político-, se dio a conocer y visita los distritos por los que terciará en el proceso electoral. Estos ciudadanos son los diputados nombrados o designados por el voto popular y su elección puede decirse que es efecto de los resultados conseguidos en las urnas.
Estos procedimientos han dado como resultado que ambas cámaras, por funcionar sólo conforme a la voluntad de su partido, no rindan todo lo que deberían y en casos, por ser mayoría del partido de gobierno, tiene casi dominada a la minoría conformada por los elegidos por las urnas. Senadores y diputados en cuya designación no intervino el voto democrático mal pueden tener conciencia de país y vocación de servicio y, en la mayoría de los casos, han funcionado como “levanta manos” para los proyectos que son presentados normalmente como disposición o voluntad del Ejecutivo o del partido que está a la cabeza del régimen.
En la población, también cada año, hay la esperanza de alguna gestión positiva, pero los hechos no muestran tal situación, porque lo que se sabe de ambas cámaras es que normalmente son un fracaso y que las leyes aprobadas son efecto de las circunstancias o, simplemente, “porque no había otro remedio para presentarlas a fin de gestión” como “trabajo” de los integrantes del Legislativo. Esta situación no cambiará mientras sea la voluntad o “el dedo” del jefe el que decida sobre quiénes serán senadores y quiénes diputados.
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