(III parte)
Por Marcelo Arduz Ruiz
La primera copia fiel de la imagen de Nuestra Señora de Copacabana, modelada por las mismas manos del escultor inca Francisco Tito Yupanqui, aunque encargada inicialmente poco antes de la entronización a orillas del Titicaca por el difunto obispo de Tucumán, por esas cosas raras del destino fue a parar a mil kilómetros de distancia, a una olvidada comarca peruana, donde a finales del siglo dieciséis en señal de gratitud por un milagro el indígena Sebastián Quimicho la había conducido en hombros, caminando desde Copacabana hasta esos confines, edificándole en 1593 el primer santuario de tierras americanas, inclusive anterior al de la advocación original.
La denominada “hermana gemela de la Virgen de Copacabana” fue reconocida como patrona de la Diócesis de Abancay, extendiendo su devoción a numerosos pueblos que también la reconocieron por patrona, entre ellos Huancayo, Quínua, Sapallanga, Orcotuna y muchos otros puntos, hasta llegar en luminoso itinerario espiritual a instalarse en Lima, la ciudad que antiguamente oficiara de capital de los Virreyes, donde subsiste en la actualidad un templo vecino al de Copacabana del Rímac.
Así como el esforzado indígena venciendo sin número de peligros y adversidades llegara a Cocharcas, poco después le irían a imitar legiones de peregrinos provenientes inclusive del viejo continente y otras regiones más apartadas, en búsqueda de aquel remoto paraje perdido entre una escarpada y poco inaccesible orografía, entre ellos los mismos emisarios de los reyes de Portugal y España para ofrendar ante sus plantas preciadas joyas encastadas en oro, plata y piedras preciosas.
Aunque en el bello templo colonial de calicanto, se hallan entre los lienzos más grandes de todo el Perú, las escenas que narran la llegada de la imagen de Copacabana y la edificación del templo, sus muros interiores carecen de alguna representación alusiva al famoso ciclo de las peregrinaciones del siglo XVIII, sin embargo es grato enterarnos que recientemente el R.P. Juan Damiano Palomino ha logrado rescatar un lienzo de pequeño formato en la aledaña región de chincheros.
Dentro del abundante repertorio peruano, la expresión más conocida resulta el lienzo del templo de la Compañía de Jesús en Ayacucho, aunque en la jurisdicción antigua de Guamanga llama poderosamente nuestra atención un lienzo que ostenta las cuatro columnas de pura plata que inicialmente identificaran a la Virgen de Copacabana, sirviendo de modelo en el siglo XVIII para la edificación del altar en el mismo Vaticano. Dichas columnas, en tiempos de la emancipación americana fueron fundidas para sustentar la causa libertaria, junto con una gigantesca lámpara de plata con 365 cabezas (por cada uno de los días del año), que despertara admiración del mundo entero.
Debido a que la iconografía que emergiera desde el Perú profundo merece estudio aparte, por el momento en la presente nota nos ocuparemos de las obras dispersas por diversos museos y colecciones pri-vadas del exterior, siendo la más notable de todas ellas la que en la actualidad se halla convertida en la principal postal del Museo de Brooklyn, en Nueva York. En los Estados Unidos se han logrado identificar otras pinturas, entre ellas la que se halla en una colección particular en la ciudad de Boston, difundida por primera vez a través de la prensa el año 1960 por la Asociación de residentes peruanos en aquella región.
A la otra orilla del océano se hallan piezas dispersas en diversas latitudes, entre ellas en Navarra, España, Holanda, Bélgica, Alemania y otros países europeos.
El 19 de diciembre del año 2008, circuló en el Internet la foto de un cuadro de grandes dimensiones que habría sido devuelto por el gobierno de Alemania al Perú, que destaca por su belleza en relación a los ya conocidos en el viejo continente.
Entre otras muestras, es muy difundida en circuitos turísticos europeos una que se halla en la gobernación de Cantabria (Es-paña). La casona de Tudela, es una mansión con torre y ermita situada en un típico y encantador pueblo montañes, cuna de hidalgos e ilustres personajes del siglo XVIII, XIX y XX, construida por un comer-ciante que amasó gran fortuna en tierras peruanas. En el valioso repositorio, se con-serva una colección de arte con retratos antiguos y grabados taurinos, un archivo de gran valor para la historiografía ecle-siástica de la comarca y una biblioteca de más de 25.000 volúmenes con manuscri-tos de poetas y escritores célebres. De to-das maneras, la parte más visitada es la capilla de Tudanca, con un retablo barroco portado desde el Perú en 1752 por el fa-moso torero “Joselito” (José Gómez Orte-ga), en cuya parte central destaca la ima-gen de la Virgen de Cocharcas.
En la república de Chile, trasladada en tiempos de la ocupación de la antigua ca-pital de los Virreyes en la guerra del Pací-fico que sostuviera contra Bolivia y Perú, en un céntrico museo de la capital santia-guina, aledaño al palacio de la Moneda se exhibe junto a colecciones de arte y obje-tos arqueológicos, un espléndido cuadro con la misma temática.
En territorio argentino, muy cercano al Santuario de Punta Corral, famoso por las multitudinarias peregrinaciones reconoci-das como patrimonio cultural e inmaterial de la pampa jujeña, donde confluyen des-de diversos puntos (Tilcara, Tumbaya, Mai-mara, Humahuaca y otros) a rendir pleite-sía a la Virgen de Copacabana, se halla Purmamarca, un pequeño y vistoso pobla-do del norte argentino de gran atractivo turístico, en cuya Iglesia declarada Monu-mento Histórico Nacional se atesora una gran cantidad de pintura colonial de la es-cuela cusqueña y altoperuana correspon-diente a los siglos XVII y XVIII, en cuyo acervo se halla un pequeño pero precioso óleo brocateado en filigrana.
A esta distante población del norte ar-gentino parten buses y trenes desde la Es-tación de El Retiro de Buenos Aires, y para aquellos que no pueden acudir a tan lejano llamado desde la capital bonaerense, en esa capital les queda como consuelo apre-ciar otra en el Museo de Arte Hispanoame-ricano.
El repaso anterior es somero, correspon-diendo al gobierno peruano realizar un le-vantamiento completo del patrimonio exis-tente en diversos museos y colecciones privadas, para mostrar al mundo en todo su esplendor este ciclo del barroco andino, que sin duda es uno de los más destaca-dos de la época virreinal.
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