El collar de diamantes

Nunca la imaginación ha escrito una historia tan conmovedora a cerca de una joya


Siglo XIX, escenario, París. Nos encontramos en el hogar de una encantadora familia, donde vivía Matilde, una muchacha bella y humilde. En aquella época, una joven sin dote, por hermosa que fuese, no podía aspirar a brillar en la sociedad.

Matilde conoció a Martel, un modesto empleado del Ministerio de Educación, luego de un corto romance accedió casarse con él. Se instalaron en una modesta vivienda, sin embargo, en su matrimonio no era feliz. Sufría la pobreza y las privaciones de todo orden; veía la desnudez de las paredes, las sillas viejas, las raídas cortinas y sin poder vestir como las damas elegantes. Soñaba con salones resplandecientes de luz, ricamente amueblados, con alfombras de ensueño, y al sentarse ante la mesa ser atendida por el personal de servicio, se veía a sí misma en comedores adornados con tapices, comiendo en vajilla de plata. Pero la realidad era otra.

Entre sus amigas de colegio tenía una, Juana Forestier, que era muy rica, a la que visitaba de vez en cuando. Luego regresaba a casa para echarse a llorar por las privaciones que pasaba, ya que el sueldo de su marido apenas alcanzaba para cubrir la alimentación y pagar el alquiler de la casa.

Hasta que en una ocasión les llegó una invitación elaborada elegantemente, las letras decían: El Ministro de Educación y su esposa ruegan a los señores Martel, les concedan el honor de pasar con ellos la velada del 21 de enero.

La invitación en vez de alegrarla le llenó de inquietud, en cambio su esposo estaba muy entusiasmado, a la fiesta acudirían personajes muy importantes del mundo social y político, y esta era la oportunidad para enrolar con la aristocracia. Como Matilde no tenía un solo vestido decente, menos joyas que lucir entre las damas de la sociedad desistió de cumplir con la invitación.

Martel tenía guardado algún dinero y deseoso de ver feliz a su mujer mandó confeccionar un vestido, la hermosa mujer estaba feliz por el momento, pero al acercarse el día de la fiesta, volvió de nuevo a entristecerse, le faltaban joyas que resalten su belleza en la fiesta de la noche.

Entonces su marido le sugirió que recurra a su amiga ricachona y le pida prestada alguna joya, Matilde se dirigió a la mansión de su amiga Forestier, quien sacó de un armario un cofrecillo repleto de alhajas, la entregó a su amiga, ella puso sus ojos sobre un soberbio collar de diamantes, se puso y quedó encantada y la pidió prestada.

Por fin llegó el día de la fiesta, la esbelta figura de Matilde impresionó a los invitados, no hubo caballero que no la admirara, ni mujer que no la envidiase. A las cuatro de la mañana la pareja abandonó el salón de baile, el marido intentó echarle sobre los hombros de su mujer su modesto abri-go, ella, al ver a las otras mujeres que se cubrían con ricas pieles salió corriendo a la calle, donde no encontraron un coche que los lleve a casa. Caminaron un largo trecho hasta que otro coche los llevó de retorno a su destino.

Martel cansado empezó a desvestirse, Matilde luciendo el precioso collar de dia-mantes se asomó al espejo para tenerla por última vez, pero, grande fue su sorpre-sa al no encontrar la joya colgada en su cuello, echó un grito de angustia, se cubrió en llanto, su marido se dio cuenta de la desgracia, trastornados, buscaron en los pliegues del traje, en los bolsillos, en el abrigo, pero no encontraron el collar, Mar-tel salió a la calle a buscarlo, mientras Matilde revolvía la casa. Al amanecer, su marido volvió sin la joya.

Desesperado, Martel fue a la prefectura de policía, a los periódicos, a las compañías de carruajes, prometiendo importante recompensa a quien lo hallara, pero no hubo respuesta alguna. Al cabo de una semana habían perdido toda esperanza. Para reponer el collar se dirigieron a las joyerías de la ciudad buscando uno igual al perdido. Hasta que en una tienda del Palais Royal encontraron uno, y preguntaron por el valor del collar. Para sorpresa de la pareja la joya valía una fortuna, ¡cuarenta mil francos!. Salieron en busca de dinero, Matilde empeñó todo lo que tenía de valor en casa, Martel, por su parte, pidió en calidad de préstamo mil francos aquí, quinientos allá, firmó letras, obtuvo préstamos a intereses ruinosos y se comprometió a todo .

Luego, fue en busca del joyero dejando el dinero reunido y se llevó el collar. Matilde llevó la joya a su amiga, ésta la recibió fríamente por la tardanza de la devolución guardando el collar en su cofrecillo.

A partir de ese día los Martel llevaron otra vida, se mudaron a una buhardilla, Matilde supo entonces lo que era la vida de los necesitados, lavó platos, acarreó agua, cargó basura. Iba al mercado con la cesta baja, regateando hasta el último centavo. Y bien pronto su belleza se marchitó, vol-viéndose una mujer delgaducha y mal peinada. Martel, por su parte, trabajaba hasta altas horas de la noche, llevaba los libros de un comerciante, copiaba documentos y todo cuanto podía hacer.

Todos los meses tenía que pagar letras y renovar otras. Esta vida llena de privacio-nes y sacrificios sin nombre, duró diez años, al fin de los cuales saldaron todas sus deudas.

Matilde, envejecida y vistiendo ropas muy humildes, luego de haber vivido penu-rias, abrumado por la deudas, se dirigió a los Campos Elíseos, quería descansar y olvidar por un momento toda lo vivido du-rante los diez largos años. Allí casualmen-te vio a Juana Forestier, la vieja amiga que le había prestado el collar de diamantes, se acercó para saludarla, pero la elegante dama, no la reconoció, estaba sorprendida al ver que una mujer desconocida y en ha-rapos la estaba abordado. Matilde insistió y finalmente Forestier la reconoció y am-bas entablaron una larga conversación, la pobre mujer le contó todas las penalidades que había atravesado a causa de la pérdi-da del collar de diamantes. Enterada de to-do el drama que había atravesado su ami-ga, la Forestier le confesó que la joya era falsa, que no era de diamantes. . . Aquel collar a lo más valía quinientos francos. . .

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