De convergencia a divergencia nacional

Un viejo refrán a punto de ingresar en el baúl de antigüedades, afirma: “El ojo del amo, engorda al caballo”. Es decir, que mientras el amo está presente y vigila sus intereses, todo marcha sobre ruedas.

De lo contrario, como sucede en Convergencia Nacional (CN), cunde el oportunismo, la confusión y el trajín hacia una posible alternativa que asegure el futuro político de quienes, sin el freno ni las caricias del amo, corren en acelerada estampida buscando nuevos mesías.

Los líderes del citado grupo hace años que están fuera del país, no tienen relación cotidiana ni cercana con sus militantes. Por lo tanto, ya no ejercen mandato ni presión sobre sus seguidores. Ante la proliferación de facciones antagónicas, tal vez los creadores de Convergencia estén sopesando la terrible verdad de que nadie les guarda ni defiende su espacio político, como habría sido planificado.

El derrumbe de Convergencia Nacional es un hecho y trae consigo siniestros mensajes para sus organizadores: se acabó el liderazgo a distancia y el tiempo para retomar las riendas partidarias; concluyeron los auspiciosos planes que habían puesto en marcha a CN. Trágica consecuencia, que saca a superficie otra enseñanza: la pobreza política, ideológica y moral de la mayor parte del contingente que ocupa los curules de ambas cámaras, por supuesto con algunas dignas excepciones.

Queda confirmada, también, la opinión negativa de muchos sectores de nuestro país, respecto a que este grupo parlamentario sólo calentó asientos, fue condescendiente con el oficialismo y agotadas sus expectativas políticas, da el salto “cuantitativo” (en masa), no cualitativo, hacia otras tiendas listas para la carrera electoral.

Triste epílogo para los exjefes de Convergencia Nacional que, sin respaldo de su propia grey, están condenados a no participar en las elecciones de octubre próximo como candidatos y todo porque ya no hay ojos ni caricias que engorden a semejantes cabalgaduras.

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