Para nadie es un secreto que el negocio de los cultivos de coca es, al menos por el momento, el mejor que hay en el país especialmente para campesinos poseedores de tierras y para aquellos que demandan concesiones. La coca se ha convertido en materia prima -única y especial- para la fabricación de pasta base y cocaína, dos productos que tienen mercados asegurados en todo el mundo.
Toda la región del Chapare, al margen de los Yungas paceños y otros sitios son posesiones de cocaleros que si bien no cultivan coca para los fines del narcotráfico, lo hacen porque el precio del tambor del producto siempre tiene precios elevados. Creer que todo el que cultiva coca lo hace porque cuenta con el comprador seguro que es el narcotráfico, está totalmente equivocado porque, de ser así, querría indicarse que el negocio de las drogas contagió a todos y la realidad no es esa.
Lo que ocurre es que los empresarios de las drogas no trepidan ni vacilan ante nada por asegurarse la producción de coca, vegetal primigenio e importante, conjuntamente precursores, para la producción de droga. En Bolivia se producen los mismos apoyos al cultivador que tuvieron en Colombia y el Perú para incrementar la producción, comercialización y consumo de la letal droga.
Anuncios periódicos de campesinos señalan que varias áreas del territorio nacional -especialmente valles y cabeceras de valle- han sido ocupados por campesinos que cultivan coca. El Chapare es, seguramente el mayor ejemplo puesto que el producto de esa región, según los propios campesinos, “es duro y amargo” y no sirve para el masticado tradicional; en consecuencia, recurren a sitios como los Yungas para incrementar cultivos de coca que “es suave y dulce” apropiada para el uso tradicional de los campesinos del país e inclusive para la infusión en mates y hasta fabricación de productos como dulces, gomas de mascar, licores, pastas dentales y otros que si bien no tienen suficiente mercado pero que su uso diseminado podría conseguir muchos consumidores.
Territorios como los de Apolo, Yapacaní, Chimoré y otros en todos los departamentos que cuenten con “tierras apropiadas” – caso del Parque Tunari y otras reservas ecológicas- deben ser salvados de las garras del narcotráfico. Mucho más, por supuesto, los Parques Nacionales y las reservas ecológicas que el país tiene; en otras palabras, no se debe permitir la expansión del mortal negocio; de otro modo, corremos el riesgo de convertir al país en lo que injustamente se dice en muchas partes, en emporio de las drogas.
Hay conciencia, en el Gobierno y en la colectividad, de que la lucha contra el narcotráfico será larga y dura; pero será bueno no escatimar esfuerzo alguno para combatir este negocio, ya que conjuntamente las armas causan millones de muertos en todo el mundo.
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