El país enfrenta un grave problema social a corto plazo, el mismo que amenaza dejar el medio rural sin población, lo cual causaría daño a la agricultura, cuya producción abastece todavía a los centros urbanos, aunque en proporciones cada vez más bajas. Esa realidad es verdaderamente alarmante y debe ser atendida en forma impostergable por las autoridades nacionales, so pena de que el pueblo boliviano enfrente una crisis económica imposible de pronosticar.
El problema específico consiste en el aumento de la migración de la población indígena y campesina a las ciudades con objeto de encontrar fuentes de trabajo y mejorar sus condiciones de vida, notablemente deprimidas por políticas agrarias desacertadas y que han convertido la agricultura en una actividad que sólo produce pérdidas, excepto en lo que se refiere a la producción de la hoja de coca que, según el Gobierno, es objeto de represión por la vía de erradicación de plantaciones de esa hoja.
Según datos del último censo que se realizó en el país, la migración de la población rural a las ciudades ha seguido creciendo, en especial hacia las principales capitales de departamento y poblaciones de acelerado crecimiento económico. En efecto, se revela que menos del 30 por ciento de la población del país permanece en el campo, mientras más del 70 por ciento ya se trasladó a las ciudades y vive en condiciones difíciles, creando problemas como el desempleo, la delincuencia, pobreza y otras dificultades. Otra parte de esa población prefiere salir al exterior del país, donde encuentra mejores condiciones de vida y de donde no retorna más a la tierra.
La gravedad del asunto se revela en datos comparativos como el siguiente: Hace 50 años la población rural del país alcanzaba al 70 por ciento, mientras la citadina sólo llegaba al 30 por ciento, situación que al presente es en absoluto diferente y constituye un cambio no sólo cuantitativo sino ante todo cualitativo, que debe ser tomado en cuenta de la manera más seria y rápida posible.
A esos aspectos verdaderamente alarmantes se debe añadir que la tendencia de esa migración campo-ciudad es cada vez fuerte, por lo que se puede afirmar, sin lugar a error, que antes de los diez próximos años la población rural habrá llegado a menos del 20 por ciento, mientras la urbana pasaría del 80 por ciento, resultado que en conjunto tendrá efectos imprevisibles en la vida del país y, por supuesto, en la población en general.
La mayor migración del campo a la ciudad tiene hasta el momento la característica de que la agricultura tradicional del país está en riesgo, ya que los campos están quedando poblados sólo de ancianos y niños, mientras los adultos ya están establecidos en las ciudades y sólo vuelven a sus sayañas para visitar a sus padres y darles facilidades para que migren a las ciudades. Por otro lado, esa migración ya significó el abandono de más de 200 mil hectáreas de la agricultura de los valles y el altiplano, hecho que explica la escasez de alimentos locales y la necesidad de hacer importaciones cada vez más frecuentes y voluminosas.
Finalmente, si ese problema no es resuelto, a corto plazo no habrá brazos que se dediquen a la agricultura, los campos quedarán desérticos, las tierras agrícolas morirán y la población de las ciudades registrará dificultades angustiosas, como ya está ocurriendo ante la vista y paciencia de políticos populistas que miran ese estado de cosas con reprochable indiferencia.
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