Los meses electorales que se avecinan en Bolivia serán los más aciagos. Electoralmente hablando, desde la República hasta el Estado plurinacional hemos sido -se dice- gobernados por líderes y caudillos. En los últimos años el pueblo ha optado por un liderazgo que prometió un “vivir bien”. Sin embargo, el sometimiento sigue recurrente. Parafraseando a Pierre Bourdieu, se diría, por el hábitus colonial pragmático del soberano que es cooptado. Urge, entonces, escudriñar el “hilo fino” que caracteriza a un líder de un caudillo.
José Vega Carballo, citando a Max Weber nos habla de líderes positivistas (por naturaleza) que ostentan Poder y Autoridad sostenido por la Fuerza (FFAA/Policía/otros) para “garantizar” los intereses de quienes los eligieron. Imponen su voluntad a pesar de cualquier resistencia. Talcot Parsons va más allá: el caudillo privilegia tanto intereses regionales como ambiciones personales. Defenestra la democracia. Sustituye lo pasado -¿conquistas liberales?- promoviendo inestabilidad/polarización política como justificativo del “nacimiento” de un nuevo Estado. Es más, se apoya en “burguesías populares” y adláteres que le profesan un apoyo “ambivalente” (oportunista) neocolonial.
Otra opción, sugieren Karl Marx y Antonio Gramsci: no hay líder sin Poder y Autoridad como condición inmanente que la ejercen en “complemento” con la Fuerza, pero, ¡ah el pero! con integridad y respeto a las normas, que en este caso serían las de la Constitución Política del Estado.
En la política nacional hemos tenido de todo: líderes positivistas, caudillos y algunos con integridad. En los últimos años, líderes positivistas -algunos- con rasgos caudillistas en una “deformada” democracia imponen “consensos” que “ofenden”. Al respecto mencionemos la elección -última- del Presidente del Senado, relacionado con el degüello de perros con vida y la propuesta de “legalizar” la tortura para sacar información a un acusado con la intención de “amedrentar”, y del Presidente de Diputados, quien mostró su “sorpresa” al ser nominado, pero fue el -llunku- que “peleó” férreamente por el cambio de nombre del aeropuerto de Oruro. Lo que hastía es el llunkerío de “aplaudir” todo/nada apenas el Presidente abre la boca. Se desdeña la gestión de Salud y el “desdeñado” es ratificado. Se divide la Cidob, Conamaq, se coopta a entidades populares, se forma un gabinete obsecuente, fiel y fusible a sus directrices ¿Qué es esto? ¡Son actitudes caudillistas! ¿O son caprichos?, pero innecesarios que debilitan el supuesto posicionamiento del candidato oficial.
En la otra vereda, los “líderes” opositores no demuestran las mínimas condiciones para una democracia interna, transparencia y rendición de cuentas. Hablar de ética con tránsfugas que dividen es inútil. Actúan como “dueños” de sus partidos políticos. Defenestran fácticamente la “unión/alianza”, excepto en la retórica. Su actitud “patronal/colonial” connota un “as” bajo la manga: arrebatarle los 2/3 a Evo, o -el extremo- “aliarse” con el vencedor.
En esta o la otra vereda, no se percibe ese “hilo fino” que diferencia al líder del caudillo, ¡hay similitud! De hecho -electoralmente- se advierte a líderes positivistas/caudillos en complemento: causa/efecto y viceversa. “Presos” en sus egoísmos, no comprenden -todavía- el paradigma plurinacional, la descolonización. No se percatan que la CPE es la base de un Programa de Gobierno. Por ello, los líderes con integridad y respeto a las normas necesarias para Bolivia siguen ausentes.
El autor es Director del Centro de Investigación, Servicios Educativos y de Comunicación (Cisec).
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