Juan Bautista del C. Pabón Montiel
El libro “La Sirena y el Charango”, de Carlos D. Mesa Gisbert, es una estampa puesta ante los ojos de la crítica moderna, con un cálido mensaje sobre el mestizaje, particularmente en Bolivia. El mensaje es universal, desde la tapa de la obra, muestra que el arte barroco tiene una clara y profundo incubación, por la misma naturaleza humana, de conquista, de migración perpetua desde que el hombre deja de ser nómada y se asienta en lugares privilegiados.
Una portada esculpida en piedra, por manos nativas y guía europea, prueba un clasicismo fruto del mestizaje. No vacilaremos en repetir la palabra mestizo, por su primerísima necesidad de identidad nacional o sea, boliviana, que se da en toda guerra de conquista, colonización o finalmente migración. La mano del ser humano se encuentra dejando un testimonio nítido de su presencia.
Hubo excesos -todavía los hay- y fue la violencia una única forma de posesionarse, apropiarse de una vida naciendo de ello, el cruce, la fabulosa muestra del hombre americano con el remoquete de mestizo.
Fernando Diez de Medina sostiene en “Hechicero del Ande” que no hay raza pura, en una especie de grito mestizo en contra de la defensa a ultranza del indio nacional, por Franz Tamayo Solares que reivindica, por sí y ante sí, sus raíces indias. Pero se impone la naturaleza por excelencia descubridora de lo nuevo y engendradora de una novedad: el ser único e irrepetible que aparece en la tierra con nuevas formas, con capacidad inventora unas veces, otras redentora y la mayoría de sometimiento de un pueblo a otro.
Las ataduras del mestizaje nos hacen estallar de cólera, resentimiento o viejas dolencias por un hecho ocurrido hace 500 años, responsabilidad que las generaciones posteriores y presentes no podemos asumirla como propia, menos dolores ya pasados. Esos resentimientos nos mutilan moral y espiritualmente, nos impiden crecer, porque por el afán de echar responsabilidades y buscar culpables, distraemos esfuerzos con la ira en los ojos, dispuestos mordernos en la primera oportunidad.
¿Eso sucede con el evismo o masismo emergente en el poder? ¿Por una presunción de raza pura?
Bolivia recorrió muchos caminos, cuyos valores se los muestra en las artes, las letras, las disciplinas impuestas por los europeos, porque nuestra raza decadente, de una civilización desaparecida, fue conquistada y arrebatada su posesión de tierras. De ahí el insigne grito de Pedro Domingo Murillo (según la redacción del Presbítero Medina): “Hasta aquí soportamos una especie de destierro en el seno de nuestra misma patria…”. Es un grito mestizo desesperado, una dentellada hincada en el conquistador torvo, en su mismo corazón de dominio ibérico. Recordemos que el primer grito de Antonio Gallardo, del 1 de diciembre del 1601, fue innegablemente mestizo, violentamente reprimido por la soberbia española y ahogada en sangre. Por lo tanto, la primera sangre derramada por la libertad americana fue mestiza. No fue india, señores, entendamos de una vez.
La lección didáctica y tunda intelectual de Carlos D. Mesa G. es ejemplar y quedará perpetuada por el grande valor histórico de la obra, documentada abundantemente.
Puerto Suárez – Santa Cruz, Bolivia.
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