Desde el FARO
Según el Latino barómetro 2013, “los años del hiperpresidencialismo estarían en retroceso”. Bolivia sería la excepción, ya que el personalismo presidencialista recién se instaló con la llegada de Evo Morales al gobierno, hecho que irradió en la opinión pública una mejor valoración del Parlamento y de la democracia. Sin embargo, de acuerdo con otros estudios, luego de 8 años y desde 2012, la confianza en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) arroja tendencias cada vez más negativas.
Y es que con nuestra tradición caudillista proclive a consolidar liderazgos mesiánicos, se alienta lógicas que debilitan la construcción y fortalecimiento de la institucionalidad, no sólo del propio órgano ejecutivo sino, ante todo, de la ALP y los otros órganos de poder estatal como contrapeso.
Frente a esta realidad, no faltan voces que plantean reponer el debate en torno a una reforma pro sistema parlamentarista. Hacerlo no sería fácil en un contexto de generalizada crisis de confianza en las organizaciones políticas y en la idea tradicional de partido. Sin embargo, pese a la mala hora de la política y la anti política que interpela la democracia representativa, hay una premisa insoslayable, y es que en sociedades modernas y abigarradas es impensable la política sin algún tipo de mediación, representación y por ende de confianza en liderazgos determinados y sus propuestas.
A partir de esta premisa, es claro que en Bolivia, pese a avizorarse una competencia electoral desigual, las elecciones de este año serán claves para avanzar en la reconfiguración de un nuevo sistema de representación política. Todo indica que se darían tres escenarios posibles: 1.- Se consolida un sistema de partido hegemónico a la cabeza del MAS. 2.- Se instala un sistema bipolar, con el MAS y otra coalición política se acerque o llegue a una segunda vuelta, y 3.- que el resultado defina tres polos de representación más o menos equipotentes, por el cual el centro político ya no sea capturado por el MAS, pese a su pragmático esfuerzo por seducir a sectores no afines al proceso de cambio. En los dos últimos escenarios el Parlamento reposicionaría la política y la democracia plural, poniendo un freno al evismo y sus impulsos autocráticos.
Sin embargo, la viabilidad de una reconfiguración política que tienda al fortalecimiento del Parlamento depende en gran medida de lo que hagan las oposiciones en términos de alianzas y conformación de listas de candidatos a la ALP. Ello implica demostrar pedagógicamente que no se trata de colocar a “la persona o candidato” que compita con Evo para replicar la autocracia electiva y personalista vigente, sino de hacer visible un plantel de liderazgos dispuestos a apoyar un proyecto país y demostrando que el cambio deseado no es monopolio del MAS.
La mejor manera de recuperar la política sería jerarquizar el Parlamento incorporando a estas listas a personalidades, ex presidentes y vicepresidentes y aspirantes a estos cargos. ¿Se imaginan que, independientemente del binomio presidencial o de los resultados de las sui generis “primarias”, V. H. Cárdenas, C.D. Mesa, el propio S. Doria Medina, E. Suárez, Juan del Granado y otras figuras renovadas (hombres y mujeres del Frente Amplio) estén sentados en la ALP? No sólo se haría del Parlamento el centro ordenador de la verdadera deliberación política, hoy en desuso por el fundamentalismo dogmático y la lógica amigo y enemigo del MAS, sino el contrapeso al hiperpresidencialismo y sus deformaciones. Ello requerirá madurez, visión de mediano plazo y gran desprendimiento de parte de los liderazgos políticos visibles y otros menos visibles, pero potencialmente atractivos. ¿Será posible?
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