Desde octubre de 1982 vivimos en permanente democracia; no tenemos las trabas ni las cadenas que significan los gobiernos dictatoriales; creemos que los gobiernos constitucionales harán lo que otros no hicieron, aunque mucho prometieron; sentimos -muchas veces vanamente- que finalmente habrán llegado los momentos de cambio en el comportamiento de los administradores del Estado, cambios de los partidos políticos, de las instituciones públicas y privadas; creemos que contamos con las capacidades, los méritos y las posibilidades del país; sentimos, finalmente, que habrá conciencia de país, vocación de servicio y sentido de responsabilidad; pero…
Equivocamos todos los criterios, sentimientos y pensamientos porque quienes deben dar ejemplo de sindéresis y responsabilidad, defraudan las esperanzas y hacen, con su conducta arbitraria, que el mismo pueblo se decepcione, se frustre y vea que lo que se quiso hacer no es posible porque quienes deben cambiar conductas, formas de pensar y ser, sentimientos y pensamientos para el país, no cambian y, al contrario, operan igual o peor que los gobiernos de facto.
Hay una virtud que es política de buen vivir y de obrar: la verdad, y no se tiene vocación por la verdad porque parece que ocultándola se encuentran las fuerzas para hacer lo que sea sin atenerse ni a la Constitución ni a las leyes o, por lo menos, a las mínimas reglas morales. Estas realidades las viven, las ejecutan y las agrandan quienes tienen poder político, social y económico; en otras palabras, hacen del poder un instrumento para lo negativo y contrario a los intereses generales.
Nuestro país, Bolivia, ha vivido y superado situaciones muy difíciles y contrarias al bien común; ha contado con regímenes llamados “revolucionarios” que no cambiaron nada de lo malo; los revolucionarios de derecha o de izquierda y hasta centro, han utilizado al país como medio y no como fin y los resultados son los vividos por el pueblo tiempo después de anuncios demagógicos y populistas por el cambio, por superar viejos errores, por modificar conductas y reglas de juego conforme a los intereses y conveniencias nacionales.
¿Las consecuencias? Mayor pobreza y dependencia, menos capacidad para encarar los problemas con las propias fuerzas y valores que sí tiene la mayoría de los bolivianos, pero que, confiados, consideran que habrá un Gobierno que efectivamente trasunte en realidad todo lo concebido como remedio para los diversos males.
Un elemental principio de honestidad implica obrar con la verdad; la verdad expresada especialmente cuando se trata de los intereses de un país, de una comunidad donde viven miles o millones de personas y cuyo presente y futuro depende del obrar con la verdad que es sinónimo de libertad y justicia. Los regímenes políticos que han actuado con prescindencia de la verdad, generalmente han fracasado porque lo no cierto, lo falso no tiene consistencia y su validez es muy relativa o circunstancial que sólo sirve a intereses subalternos.
Con motivo del inicio del noveno año del gobierno del MAS, el Presidente de la República dirigió un mensaje de cinco horas que tuvo más sombras que luces y que por lo frondoso no expresó mayormente nada de lo que la población hubiese querido saber. El contenido del mensaje hace reiterado hincapié en los llamados éxitos del régimen, pondera grandemente los avances y cambios en la economía; señala obras realizadas en favor de comunidades y hace referencia al manejo de dineros en pro de obras de infraestructura; reitera que, como nunca, se han elevado las reservas internacionales “mediante las políticas económicas” del gobierno, pero no reconoce la contrapartida que son las deudas internas y externas que hipotecan al país.
No hace referencia, ni de lejos a que los precios internacionales del gas, minerales y algunas materias primas han determinado altos precios que han beneficiado a los países productores y de los que el régimen se benefició grandemente sin haber hecho nada para incrementar la producción o haber realizado inversiones.
No muestra posibilidades para aprobar leyes de inversiones, minería e hidrocarburos que, en el sentir público, parecería que se espera resultados de las elecciones para su aprobación. En fin, las sombras son más que las luces. Ahora, lo que la colectividad espera y anhela desde hace tiempo es la urgencia de que haya conciencia de país, vocación de servicio y sentido de responsabilidad pero no solamente en el gobierno sino en toda actividad, en los políticos, en el pueblo mismo y en todas las instituciones; de otro modo, corremos el riesgo de ahondar más los problemas dando plazos más largos para vencer a la pobreza.
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