Juan Bautista Del C. Pabón Montiel
Superamos todos los desastres desde las tres guerras internacionales conocidas y registradas por la historia. Enfrentamos la guerra llamada federal de 1888, de la misma manera todas las conmociones internas incluidas la guerra civil de 1949.
Bolivia salió mutilada, herida, huérfana y sus madres viudas de todas estas conflagraciones que al país lo detuvieron entre la inercia y el espasmo. La nación, con sus hijos en pie, acudieron entre lágrimas, esfuerzos y entrega de vidas, cual ofrenda cívica, sin preguntar en la mayoría de las veces si el pueblo fue el culpable o el destino o los crasos errores de nuestros gobernantes, que tuvieron la más grande responsabilidad de acaudillar al país en la desgracia. Y llegó ¡la hora suprema¡
Desangrada Bolivia ahora, se ahoga con un diluvio de agua sobre las regiones riquísimas del oriente boliviano, que son la reserva económica del Estado. Es cierto que los fenómenos naturales son imprevisibles; evidentemente no podemos con la naturaleza. ¿Quién puede negar estas irrefutables verdades?
Pero las inundaciones no son novedad en Beni, Santa Cruz, La Paz, Cochabamba por los ciclos de la vida y la naturaleza. La novedad es la falta de previsión de nuestros gobernantes de ayer, hoy y siempre. La vida política en un país excesivamente politizado, sectarizado y lleno de odio, fomentado particularmente por el actual régimen en contra de los orientales, nos encuentra divididos y polarizados.
¿Se puede prever los desbordes con una alta ingeniería nacional y extranjera? Todo es posible en este tiempo de elevada tecnología y ciencia. Lo que no se está haciendo es ahorrar, prevenir, guardar centavo a centavo. Estamos en el tiempo de derroche de dinero en bonos que no crean trabajo, iniciativa y capacidad de esfuerzo valiéndonos por nosotros mismos. Tal es el caso de los mil bolivianos a favor de los “mejores” bachilleres que en recta conciencia serán de los colegios privados y algunos fiscales los privilegiados. Preguntamos: ¿cuándo nos ocupamos de los peores estudiantes que requieren nuestra atención, misericordia y dedicación de padres, educadores y Estado? Y esos malos estudiantes, estigmatizados por un sistema discriminador, ¿dónde terminan?
Señores del Gobierno, más de una cuarta parte de Bolivia está bajo las aguas, sumergida en el dolor, en la desesperación y de yapa no acudimos a la ayuda internacional, con ese falso orgullo de que “¡somos dignos!”.
Algo más que no nos privaremos de comentar: el carnaval político de las elecciones; de las recaudaciones a favor de las campañas electorales. El carnaval de los insultos: la candombe nacional de las irresponsabilidades, entre tanto la muerte, el dolor nos tiene cual dogal eterno en la Patria. Seguirá el baile en tres días de carnaval, con el rótulo de tradición, de patrimonio de la humanidad, en tanto la mayoría del verdadero pueblo muerde el hambre, la desolación y finalmente la muerte.
Final, ¿no les parece que don Mariano Baptista Gumucio tiene razón al calificarnos como un país surrealista, donde en un lugar bailamos y en el otro lloramos, o nos damos con palo de ciego? ¡Misericordia, Gobierno, por los compatriotas que duermen sobre las aguas y mueren entre las mismas!
Puerto Suárez - Santa Cruz, Bolivia.
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