Cuentos infantiles

Los tres cerditos



En tiempo de Maricastaña salieron en plan de aventura por el mundo tres cochinitos, a conocer ciudades y probar fortuna.

No había caminado aún gran trecho el primero, cuando encontró a un hombre que guiaba un jumento con un carro cargado de paja.

–¿Sería usted tan amable– le dijo el cochinito– que me diese un poco de su paja, para hacerme una casita?

–Con mucho gusto– replicó el hombre.

Se alejó, pues, muy contento el puerquito con la paja y con ella construyó una vivienda.

Por entonces habitaba en un bosque cercano un lobo, viejo y malvado, el cual, al ver el apetitoso lechón resolvió prepararse con él una opípara cena.

Al caer la tarde, el marrullero lobo tomó camino a la nueva casita, y cuando hubo llegado a la puerta gritó:

–Hey, cochinito, ¿se puede pasar?

Asomó por la ventana el cochinito, y al ver al lobo, se llevó el susto de su vida y le respondió: No, no puedes pasar, que me vas a matar.

–Es cierto, dijo el lobo, muy molesto. Pues vas a ver como a fuerza de resoplidos te echo la casa al suelo.

Y dicho esto, se puso a dar bufidos, con tal fuerza que la casa de paja se vino abajo. Saltó entonces sobre el incauto cochinito y se lo comió re-lamiéndose de gusto.

El segundo lechón, en el camino se encontró con otro hombre que llevaba a cuestas bastante madera.

–¿Me puedes regalar, si te place– le dijo el marranito– algunos de esos palos, para levantar una choza y vivir en ella?

–Con muchísimo gusto, –replicó el hombre.

Se alejó el puerquito lle-vando los palos y con ellos construyó una linda mora-da, y se instaló en ella.

Como siempre, el lobo estaba al acecho, cuando llegó la noche se acercó a la puerta de la casa de madera, y dijo en voz alta:

–Cochinillo ¿se puede pasar?

¡No! No, que me vas a comer –respon-dió el puerquito, que estaba asustado.

Sí, dijo furioso el lobo. Pues ahora verás cómo a fuerza de resoplidos te echo la casa al suelo.

Y dicho esto, se puso a dar tremendos bufidos, que la casita se vino abajo, dejando al cochinito sin protección alguna. Saltó entonces sobre la aterrorizada víctima y se la engulló, relamiéndose de gusto.

El tercer cochinillo que se había ente-rado de la suerte de sus compañeros, la mañana que emprendió el viaje por el mundo, camino adelante tropezó con un hombre que conducía un carromato cargado de ladrillos.

–¿Serías tan amable en regalarme unos cuantos ladrillos para hacerme una casita?

–Con mucho gusto– respondió el hom-bre bueno.

El puerquito se alejó todo contento con los ladrillos y con ellos construyó una vivienda, pequeña, pero bastante segura.

Llegó al poco rato el viejo lobo, y llamó la puerta.

–Marranito– le dijo–¿ se puede pasar?

–¡No! No, que me vas a comer.

–Es cierto, respondió el lobo, pues a resoplidos te echaré la casa abajo.

Pero como la vivienda era de ladrillo, por más que soplaba el lobo, la casa se mantenía firme. Cansado de tanto esfuerzo, se marchó furioso, pero, poco después volvió al ataque, queriendo engañar a su víctima.

–Cochinito– le habló en tono suave, conozco un hermoso campo al final de la vereda, en el cual crecen verdes y jugosos repollos; y si no molesto, volveré mañana para en-señarte el huerto.

A la mañana siguiente, volvió el taimado lobo y deteniéndose en la puerta del cerdito le preguntó:

–¿Estas listo?

–Muy dormilón estás, amigo lobo– le contestó el puerquito. Hace más de una hora que estoy de vuelta de ese campo, y estoy bastante agradecido, pues los repollos estaban riquísimos.

Rechinó el viejo lobo los dientes de ra-bia, pero disimulando y aparentando calma, dijo al cochinito amigablemente:

–Me alegro, de veras, me alegro. Di-me, ¿te gustan las manzanas. Yo sé de un lugar, vereda abajo, donde hay árbo-les cuajados de esa fruta; pues, si quie-res vendré por vos mañana y te enseñaré el camino al manzanal.

Apenas despuntó el día, salió el lobo de su escondite, estaba hambriento, y se puso a rondar la puerta del cochinito. Pero, sin duda, éste había sido mejor madrugador, pues ya la casa estaba vacía.

Sin perder un instante, echó a correr el lobo hacia la huerta. Apenas lo vio el cochinito se encaramó a un árbol.

Se ve que tienes un delicado gusto –le gritó desde las ramas– al recomendarme tan jugosas manzanas; prueba ésta, señor lobo, y saborearás cosa rica. Y así dicien-do, le arrojó una manzana lo más lejos que pudo.

Mientras el lobo iba en busca de la fruta bajó el cerdito del árbol y corrió lo más que pudo hacia su casa.

Avergonzado el lobo por el engaño, no quiso sin embargo, darse por vencido, y así al otro día, tomó camino a la casa del cochinito.

–Traigo buenas noticias para mi amigo– le dijo. ¿Sabías que esta tarde se instala una feria en el pueblo? Ven conmigo y ve-rás cómo nos divertimos. A las tres en punto estaré aquí.

El marranito sospechando otro engaño no respondió nada, pero apenas sonaron las dos y media de la tarde se puso en camino a la feria. En ella compró un barril vacío, y con él volvió a casa, ha-ciéndolo rodar por el camino, cuando vio al lobo a lo lejos. Tan rápido como pudo se metió den-tro del barril, empujándolo cami-no abajo. Como éste era muy pendiente, el barril tomó veloci-dad que al divisarlo el lobo se lle-vó el susto de su vida, y sin pen-sar en el cochinito dio media vuelta y como una flecha huyó hacia su guarida.

Luego que hubo recobrado la serenidad, volvió el lobo a casa del pequeño y astuto cerdito, y sentándose bajo de su ventana, entabló con él una animada con-versación.

–Figúrate– le dijo, venía yo esta tarde en tu búsqueda, cuando de pronto, en pleno camino, me sorprendió una cosa rara que rodaba cuesta abajo. Confieso que me causó verdadero terror porque creí que me iba a aplastar.

Soltó el cochinito tan sonora carajada, reía tanto, que el lobo acabó por avergon-zarse.

–¿Conque cosa rara?– dijo el maranillo, que apenas podía hablar por la risa que le causaba el ingenuo lobo. Entérate, que era yo mismo que al advertir tu presencia en el camino, me oculté dentro del barril, pues un barril era aquella cosa que te cau-só tanto espanto.

Fue tal la rabia del lobo al verse así bur-lado, que, saltando al tejado de la casa, se deslizó por la chimenea. Aquél día, preci-samente, el marrano había encendido un gran fuego para cocer el pan. Chimenea abajo iba el lobo, mas aturdido por el hu-mo, cayó sobre las llamas, entre las cua-les murió achicharrado. Así acabó el glo-tón y malvado lobo.

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