Corría el año 541 y la ciudad de Constantinopla era una trampa mortal. Lo que había comenzado como un simple brote de una enfermedad se convirtió en una imparable epidemia. En cuestión de semanas la cifra de muertes pasó de 5.000 al día a 10.000. Ni aun entonces el emperador Justiniano renunció a recaudar impuestos a sus súbditos y les hizo pagar incluso los de sus vecinos muertos.
La llamada “Plaga de Justiniano” fue el último clavo en el ataúd de lo que un día fue el Imperio romano y se expandió por todo el mundo matando a unos 40 millones de personas en una de las peores pandemias de la Historia. Dos cadáveres de la época permiten reconstruir el genoma de aquel patógeno, 1.500 años después.