Jeanette Montecinos
Todos sabemos qué significan las inundaciones ocasionadas por las fuertes lluvias. Muchas personas en las ciudades observamos azoradas y espantadas imágenes por televisión de seres humanos, animales, enseres domésticos en medio de las aguas y hasta alimentos perdidos.
Las poblaciones que sufren por esta furia de la naturaleza, lo que esperan más es que baje el nivel de las aguas, lo que sin duda demorará mucho más en tierras bajas, mientras que en terrenos con pendientes el escurrimiento de las aguas es más violento y rápido. Esta es la percepción general del sufrimiento ocasionado por las inundaciones. Empero el daño va más allá, pues las lluvias y el agua detenida provocan más destrucción en su largo proceso de escurrimiento y absorción por la propia tierra.
Es casi como un castigo de la naturaleza, que parece que se ensaña con poblaciones de escasos recursos, que no son culpables del desequilibrio que se está dando en el planeta, ya que se presentan lluvias intensas, nevadas con gran tamaño de granizo, como ha sucedido en algunos municipios del Altiplano boliviano.
Después de que vuelven las aguas a su nivel, empieza una odisea para los pobladores del norte paceño y el Beni, con actos heroicos de subsistencia, sin encontrar prendas de vestir secas para abrigarse y cubrirse ante el frío húmedo, porque la lluvia constante o intermitente no da opción a secar la ropa, ni bajo techo por el alto grado de humedad en el ambiente. Es tanta la humedad que los cerillos en la primera fricción pierden la masa de fósforo; la leña en su totalidad se encuentra mojada, no hay manera de calentarse y preparar alimentos.
Así, las familias tienen que unirse en grupos y tomar un solo alimento al día. A este paso los niños y ancianos desnutridos tienen que enfrentar las epidemias que empiezan con tos, bronquitis o tuberculosis, y si pensamos en las consecuencias gastrointestinales, se suman en mayor número porque los niños se llevan los alimentos a la boca sin la debida precaución, además de beber el agua de “curichis”, o norias y hasta de los propios ríos, sin darle antes su debido tratamiento. Ah, y el dolor de huesos no se lo deseo a nadie.
Y pueden pasar tres o cuatro semanas sin sentir ni un rayo de sol, lo que con seguridad diezmará las fuerzas de los trabajadores en las poblaciones afectadas, sin que los niños y ancianos logren paliar los males del mal tiempo. Sin duda con la ayuda interna y gubernamental se quiere enfrentar dichos problemas, pero la fuerza de la naturaleza va causando mayor destrucción a su paso, por lo que la ayuda nacional se torna insuficiente, como señala el Gobernador del departamento de La Paz.
De manera que debiéramos solicitar ayuda internacional, con apoyo de helicópteros para hacer llegar bolsas de alimentos a familias de las comunidades aisladas de Moxos, el Tipnis, y tantas otras comunidades de las que no escuchamos sus voces de auxilio porque no tienen los medios para comunicarse. Es necesario transportar garrafas de gas en helicópteros hacia todas las comunidades afectadas. Los habitantes del norte paceño, ya muy afectado, tienen que transportar sus alimentos por ríos caudalosos, sorteando los troncos y palizada que arrastran sus aguas, desde la provincia Caranavi a Guanay y otras comunidades de la provincia Larecaja, donde había carretera.
Lamentablemente, Guanay, un gran centro minero, está incomunicado por el desborde de los ríos que lo rodean, como el Mapiri y el río Tipuani, al margen del peligro latente de deslizamiento y desmoronamiento de sus cerros, que ya ha cobrado la vida de un niño. Es ahora urgente atender de inmediato a las víctimas de las lluvias e inundaciones que claman por ayuda.
La autora es periodista
de La Voz Yungueña.
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