El 14 de febrero de 1879 es el día del atropello, la fecha infausta en el calendario de la historia americana por el asalto chileno al puerto de Antofagasta para apoderarse de sus riquezas metalíferas, guano, salitre y cobre. Aquel día negro del despojo, las puertas de domicilios eran derribadas a culatazos. Los “rotos” y los soldados atropellaban tiendas y almacenes, dando cuenta de todo lo que encontraban a su paso; lanzando gritos de triunfo, ebrios de licor y sangre saquearon y mataron a cuanta gente se cruzaba en su camino, sin que los detuvieran los sollozos de mujeres indefensas ni gritos de desesperación de niños. La gente huía atemorizada del lugar.
El prefecto del Departamento del Litoral, Severino Zapata y su secretario, Rodolfo Soria Galvarro, perplejos nada pudieron hacer con 60 gendarmes mal uniformados y alimentados, sin armas para ofrecer resistencia.
Habían pasado casi dos horas desde que la armada chilena se manifestara con beligerancia. Al promediar las 8 de la mañana, fueron bajadas de los buques de guerra muchas lanchas repletas de soldados al mando del Cnel. Emilio Sotomayor, dirigiéndose a tierra, en la que se habían apostado grupos civiles chilenos al mando del cónsul Nicanor Zenteno, quien fue nombrado gobernador del distrito de Antofagasta.
Más de tres mil forajidos de poncho, encabezados por otros de levita, se amontonaron y entre la algazara más espantosa se dirigieron a la Prefectura, rodeándola completamente. Eran las 11 de la mañana y un grupo aleccionado por un activista araucano levantó en brazos a una mujer llamada Irene Morales, hasta la altura de la puerta, procediendo a arrancar el escudo de Bolivia, colocado en el frontispicio, siendo despedazado y pisoteado en medio de aplausos, para colocar en su lugar la bandera chilena.
La batahola alrededor de la Prefectura seguía creciendo, en su interior, en el patio se oía el murmullo de los atemorizados gendarmes bolivianos que se hallaban formados sin poder hacer algo y a la espera de órdenes del comandante chileno.
Sin previa declaratoria de guerra, en forma premeditada y planificada, empezó la ocupación militar chilena, la usurpación de territorio y mar boliviano, pretextando que Bolivia había transgredido el Tratado de 1874 al haber dispuesto el impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado por la Compañía Chilena de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta.
Los más de 600 efectivos militares chilenos fueron recibidos con ¡hurras! y ¡vivas! por parte de la rotería, los residenciados chilenos eran más de tres mil comerciantes y trabajadores que se habían instalado muchos años antes en Antofagasta. La tropa comenzó su marcha por la calle Bolívar hasta llegar a la plaza Colón, apostándose frente al cuartel de la guarnición. Allí el coronel Sotomayor revistió a sus tropas que se encontraban formadas.
La bota militar chilena se paseó por territorio boliviano en libertad, sin que alguien salga a su encuentro, frene su paso y le haga frente hasta el 23 de marzo en el puente del Topáter, cuando Eduardo Abaroa les cerró el paso momentáneamente, para luego mandarlos a rodar, antes que aceptar la rendición impuesta. El cuestionado militar Hilarión Daza era presidente de Bolivia.
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