Hernán Maldonado
“Mamá: Salí a luchar por Venezuela. Si no vuelvo… es que me fui con ella”, dice el cartel que porta un estudiante en la Plaza Altamira. Unos motorizados de los grupos paramilitares del Gobierno disparan sus revólveres. Caen varios jóvenes.
En varias zonas de Caracas y las principales ciudades del país los estudiantes, apoyados por vecinos, han salido a las calles y prometen no dejarlas hasta que haya caído el gobierno de Nicolás Maduro, el déspota que ha reemplazado al sátrapa Hugo Chávez.
“El país no aguanta más”, dice un anciano que noche a noche colabora en la construcción de humeantes barricadas con neumáticos quemados en las bocacalles de las urbanizaciones de Los Ruices y Los Cortijos. Desde los altos edificios que albergan a unas 50.000 familias suena los cacerolazos.
Maduro culpa de la aguda escasez de artículos de primera necesidad a los especuladores y comerciantes inescrupulosos y el actual malestar social que ha llevado a los estudiantes a las calles lo atribuye, ¡cuándo no!, a manipulaciones del “imperialismo”. Acaba de expulsar a otros tres funcionarios consulares estadounidenses.
Los estudiantes no sólo protestan contra el alto costo de la vida y la ineptitud gubernamental, sino contra la brutal inseguridad. El pasado fin de semana fueron asesinados en Valencia dos ancianos sacerdotes salesianos y otros dos quedaron gravemente heridos.
Maduro trata de frenar las manifestaciones estudiantiles con sus grupos de choque paramilitares fuertemente armados y que se movilizan raudamente por todas las ciudades en veloces motocicletas. Todos tienen licencia para matar. En el Día de la Juventud, el 12 de febrero, hubo tres fallecidos, dos de ellos estudiantes. Decenas quedaron heridos.
Apenas oscurece, las barricadas afloran en urbanizaciones de la clase media, la más golpeada por la inflación que el 2013 llegó al 56%. La escasez produce enormes colas por un kilo de azúcar, harina pan, café, leche en polvo o un litro de aceite. El papel higiénico es un artículo de lujo.
Los principales diarios han reducido sus ediciones porque el Gobierno no entrega divisas para la importación de papel periódico. Han cerrado sus puertas 12 diarios. Es una sutil manera de clausurar esos medios. Para las televisoras y radios en Venezuela nada está pasando. La autocensura es manifiesta.
El Gobierno mantiene un tipo de cambio en 6.30 bolívares por dólar y bajo pena de cárcel prohíbe mencionar el cambio paralelo que el pasado fin de semana rondaba por los 82 bs. por dólar. Lo único barato es la gasolina. Con $0.50 se puede llenar un tanque de 50 litros, mientras una botellita de ½ litro de agua cuesta $1.50.
La máquina de producir billetes sin respaldo funciona sin descanso. Venezuela actualmente es uno de los pocos países del mundo, sino el único, en el que no hay billetes viejos. Maduro firmó una ley de precios justos y nadie le hace caso porque cada quien vende no al precio del dólar oficial, sino al paralelo. El caos es completito. Caldo de cultivo de la actual situación.
El autor es abogado y periodista.
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