Bolivia está siendo azotada por la furia de la naturaleza alterada por el desequilibrio ecológico, que, entre otras causas, ha producido el ser humano al sobreexplotar la tierra en beneficio de su egoísmo económico. Desgraciadamente, muchos habitantes de varios departamentos lo han perdido todo, por causa de las inundaciones que los han arrancado de sus casas para salvar sus vidas y se encuentran a la intemperie, sin comida, ropa ni medicamentos, sujetos a las contingencias de la vida.
Por eso, varias personas e instituciones sienten como propios esos problemas y solidariamente están reuniendo cuanto pueden para ayudar a los damnificados. Y es que solidaridad es la unión espiritual, vital, de muchas personas alrededor del necesitado; es la común unión de todos para servir a quien lo necesita. Esto es lo natural, sale de por sí en toda persona de bien.
Las autoridades de cualquier clase están obligadas a servir al ciudadano, de quien han recibido el poder que invisten, pues esas personas les han dado su confianza en las elecciones, lo han hecho en un contrato tácito que sobrentiende que han de recibir asistencia de todo tipo en el momento oportuno. Esa es una de las funciones esenciales de la autoridad.
Desgraciadamente, en este año electoral está surgiendo el cálculo político de varias autoridades, las cuales ven el problema humano que sufren nuestros compatriotas, no como una desgracia a solucionar, sino como una oportunidad de ganar votos en la elección que se aproxima. Esto lo podemos ver en las actitudes de propaganda que hay en los medios de comunicación para elevar el “prestigio” de éste o de aquél; también lo percibimos en las críticas que se hace a otras autoridades que van en auxilio de los necesitados llevando dinero para comprar en el sitio el alimento necesario, ahorrando de esta manera el transporte de lo que van a dar, es decir, bajando los costos para ofrecer mayor cantidad de ayuda, y así llegar a mayor número de necesitados.
O en su cálculo político esperan que a las autoridades intermedias terminen de gastar todo el presupuesto destinado a esos menesteres, para aparecer entonces como los salvadores de la situación, y pregonar a los cuatro vientos, tanto ahora como en la campaña electoral que se avecina, que ellos, los magníficos, los irreemplazables, hicieron esto y aquello, mientras los otros, los contendientes políticos, no pudieron salvar la situación, y tuvieron que acudir a la ayuda de ellos.
Esto me parece un total desprecio a la persona humana, pues con esa actitud se la mira como a ficha con la cual se juega en el tablero político; se la ve como a cosa utilizable y desechable, y no como a un ser humano con dignidad, con calidad espiritual, con un valor intrínseco que surge de él porque es portador de la vida y otras potencias de altísima consideración, pues los bienes humanos que tenemos, la política y la economía humanas, por ejemplo, son obra del hombre.
Si como en este caso, esos hermanos nuestros tienen necesidades impostergables que cubrir, como alimentarse, curar sus dolencias, vestirse, descansar lo más cómodamente posible, etc., es deber, obligación, de la autoridad de cualquier tipo servirles, darles lo necesario en el momento oportuno, sin cálculos de ningún tipo.
Si, como parece que está sucediendo, se retacea la ayuda y se la da primero al amigo, al partidario de éste o de aquél, y no a quien realmente la necesita, el pueblo, que no es tonto y tiene sensibilidad humana, lo ha tener en cuenta también en el instante de la elección. Pero lo fundamental es servir a quien lo necesita, sin ver más que la necesidad que se ha de solucionar.
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