Juan Bautista del C. Pabón Montiel
El Beni, tierra de misterios, cachuelas, sortilegios, guitarras profundas y voces que cantan en las noches, entre sudores y sales de la vida; heredad nacional de ríos, cual mares, que bañan la tierra creada por el Dios de la vida.
El beniano tiene un señorío que sólo pueden disputarle los potosinos, tarijeños, luego los orureños y así, esa aristocracia mestiza que se llama Bolivia. Selva que amamanta la riqueza vacuna; sabanas verdes perdidas entre los sones autóctonos de la goma y la castaña que, en su momento, alimentó a la nación. ¿Quién puede negar la contribución beniana y oriental a la Patria?
Santa Ana del Yacuma, sílabas hechas versos y metáfora; espuma del Mamoré, Madre de Dios y agua turbia purificada por los tiempos. Beni, rumor del vaquero, clamor del obrero y melodía de la madre movima que se niega a entregarse a la desgracia, alzando la mano para reconstruir por enésima vez sus hogares. Beni, cielo de los sueños, de las mieles que producen sus manos creadoras y fecundas; apellidos que se desgranan, dejando honor, sudores junto al yugo del trabajo altivo.
Ahora que el Beni se niega a morir, para perpetuar su nombre, debemos condolernos los compatriotas. Mezquindad, sectarismo partidario y odio y resentimiento regional no deben tener cabida en los corazones de los gobernantes, de los hijos bien nacidos en nuestra Patria tan herida por la iracundia racial.
Todos somos hijos de Bolivia, todos los nacidos en la tierra del grande Bolívar, del inmenso Sucre, de los René Moreno, de los Tamayo, de los Murillo, de los próceres que forjaron todos estos años la independencia de Bolivia. Ojalá entiendan que en la Patria no hay, ni debe haber entenados, no hay apátridas que merecen nuestro repudio o estigma. ¡No hay, señores, un boliviano que merezca el desprecio y el olvido de los gobernantes de hoy!
Final: los gobernantes actuales están sembrando cardos y puñales arteros y vergonzosos que se les volcarán de frente y en el pecho en las próximas elecciones nacionales de octubre.
Terminamos: ¡los amamos, benianos forjados entre los intrépidos ríos, que beatifican sus nombres y apellidos!
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