[Armando Mariaca]

Los dolores del Beni, angustias del país


Todos los años, a raíz de la temporada de lluvias, una u otra región del país sufre los embates de la naturaleza y hay sufrimiento en las familias, penas, dolor y hasta luto en quienes pierden la vida o sufren heridas de consideración. Son penas que se hacen angustia en toda la población nacional y las heridas que dejan las inundaciones, los derrumbes, la pérdida de ganado, sembradíos, viviendas, enseres y todo tipo de bienes, dejan secuela de dolor y hasta desesperanza.

Este año, tal vez como ninguno en las últimas tres décadas, es el departamento del Beni la gran víctima de los torrentes, de la llegada de las aguas que inundaron todo el trópico beniano, causando destrucción, muerte y pérdidas cuantiosas. El Beni, el departamento de hoy y esperanza de siempre, sufre no sólo por los embates de las aguas, vive las calamidades dejadas por los turbiones, llora a sus seres queridos, entiende en carne propia las angustias de los que han sufrido semejantes desgracias; pero, sobre todo, padece por la indiferencia, el desamor, la dejadez, la avaricia de quienes pueden darle mucho y le dan poco; en otras palabras, vive momentos de decepción y angustias sin límite, pendiente de que, en cualquier momento, la furia de los torrentes arrase lo que queda de sus tierras y sus bienes.

El Beni, como ocurrió con el Acre, las costas en el Pacífico, las tierras que pasaron al Perú y a la Argentina debido a malos convenios de la política, sufre por el abandono, la indiferencia, el nomeimportismo de quienes debieron estar ahí, con ellos, defendiendo la heredad nacional. El Beni padece lo que el país sufre y lamenta, sufre los dolores que toda la Patria siente: la indiferencia de las autoridades de gobierno, porque parecería que es efecto de vendettas por no haber pensado igual, por sentir diferente, por creer en el país y buscarle mejores días; sufren los benianos por los orgullos de los que creen que contar con la solidaridad y ayuda de los demás es perder dignidad; en otras palabras padecen por reacciones mezquinas.

Se cierran las puertas de la solidaridad porque “sería perder la dignidad” el recibir comprensión y ayuda internacional. Se cree, torpemente, que la dignidad consiste en no tener el afecto, la comprensión, la cooperación de países amigos que sienten lo que se sufre y saben cómo es posible paliar esos dolores a través de una cooperación sana, útil, consciente y responsable. La dignidad no sirve para recibir la bienvenida cooperación de Naciones Unidas o de la Argentina; pero sirve para rechazar lo que la comunidad internacional querría hacer por Bolivia, porque el Beni es parte importante, es su presente y su mañana porque su gente es el espíritu, el coraje, las virtudes de toda Bolivia.

Por dignidad no se acepta la cooperación internacional; pero, tal vez porque se perdió alguna parte de la “dignidad”, se recibió muchas veces regalos y cooperación de Venezuela y Cuba, ayuda que se agradece permanentemente mediante la imitación de políticas que han destruido a esos países.

Para los benianos y para todo el país, sólo queda la gratitud hacia la comunidad internacional por la intención, el deseo, la vocación solidaria de cooperarnos; pero, ante fronteras cerradas por el egoísmo y la fatuidad, sólo queda una especie de resignación sorda, cerrada, dolorosa porque no se ha entendido lo que significa el espíritu que coopera, que es solidario, que se conduele por el dolor de los que sufren y hacen suyo ese sufrimiento.

Entretanto, mientras la naturaleza ceda en sus embates, queda el amor y la solidaridad de todo el país que, por efecto de las circunstancias, se ve obligado a recibir las bofetadas de quienes deberían ser comprensión y buena voluntad para todos, sin discriminaciones odiosas que tomen represalias por no haber pensado igual y haber ganado en muchas elecciones su derecho a pensar distinto y elegir libremente a quienes conduzcan su vida.

Las lecciones que se vive con el Beni y el país en desgracia, por efecto de los descargos de la naturaleza, deben servir para la unidad, para la mayor comprensión entre todos y para entender cuánto puede hacerse con valores y principios alejados de sentimientos y complejos plenos de resentimientos.

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