Producto exagerado del triunfalismo, el dogmatismo y el empirismo resultó, a ojos vistas, la llamada “reforma judicial” propuesta hace seis años y que sus mismos autores ahora la han desahuciado y condenado a la sepultura. El proyecto al parecer no tiene remedio posible y será necesario que se produzcan grandes esfuerzos para que pueda ser sacado a flote, como también podría suceder con otros emprendimientos del oficialismo.
El proyecto de la “reforma judicial” fue una idea que se creía que tendría éxito tan pronto sus inspiradores la pusiesen en práctica. Sin embargo, esa apreciación chocó con la opinión de personas con capacidad política que sostuvieron que la presunta reforma se iría a pique tan pronto se pusiese en ejecución. Sin embargo, los auspiciadores del proyecto no hicieron caso a las críticas y procedieron a realizarlo contra viento y mareo. En esa forma, estaban prevenidos de un desastre.
En torno a esas dos opiniones contradictorias, se produjo un largo debate durante varios meses y mientras unos decían que la operación sería un éxito, otros pronosticaron que la medicina sería peor que la enfermedad y que el enfermo moría.
Unos y otros decían tener la razón, pero sólo la práctica haría posible que el proyecto “salvador” tenga éxito. En efecto, sólo la experiencia podría dar razón a uno u otro de los bandos en debate. Entonces, pese a todo, el genial proyecto de “reforma judicial” fue puesto en marcha con gran publicidad y ofertas de solución y, en especial, acudiendo al procedimiento de elegir a los magistrados mediante el voto popular, sistema que aparentemente pondría fin a los problemas de la administración de justicia.
La aplicación de la reforma judicial fue realizada por sus autores con grandes dosis de optimismo, mientras los opositores insistieron en que el experimento estaba destinado al fracaso. Las dos opiniones se sometieron, entonces, al fuego del criterio supremo de la práctica.
En efecto, el ilusorio proyecto terminó en el más rotundo fracaso y al presente sus mismos autores se han visto obligados a reconocer que su sueño reformista no tuvo el menor resultado positivo y que inclusive será necesario adoptar algunas medidas para que la aplicación de la justicia obtenga los éxitos esperados. Por otro lado, quienes tuvieron la razón absoluta con su idea de que la reforma judicial sería un fracaso monumental, fueron quienes se opusieron al proyecto y anticipadamente señalaron -no por intuición sino por conocimiento de causa- que la medida carecía de objetividad, estaba saturada de idealismo y subjetivismo y que de nada valía proceder en forma arbitraria, triunfalista y dogmática y a la luz de influencias foráneas.
Al empezar el debate acerca de la reforma judicial todos se creían dueños de la verdad, pero sólo la práctica daría la razón o rechazaría a las partes. En este caso, si bien por un lado los críticos del procedimiento obsoleto de aplicar la reforma judicial estaban en el punto de vista correcto y, por otro, sus auspiciadores decían que todo iría de maravillas, se puede decir que la prueba máxima del criterio de la práctica fue la única que estaba en la posición acertada, vale decir que aquí el único ganador es el que fue favorecido por la actividad práctica y que, por tanto, los únicos que tuvieron la razón (en este como en otros casos) fueron los que hicieron conocer sus opiniones en el momento oportuno.
Finalmente, sólo queda esperar los resultados que ofrecerá la práctica sobre otros proyectos reformistas que ha puesto en aplicación la actual jerarquía burocrática que maneja las riendas del país.
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