Buscando la verdad
Estimada Jennifer: Mucha gente ha recibido con estupor tu relato sobre la agresión que sufriste siendo una pequeña niña. Para una “mente tomada por el mal” -como la de tu agresor- cualquier cosa pudo atraerle para arrebatarte la inocencia a tus escasos cinco años de edad: tu ternura, tu inocencia, tu sonrisa, tu cabello, tu dulce voz o tu forma de reír. ¡Qué tristeza, qué dolor, qué indignación!
Hoy maldices a ese hombre que te engañó con mentiras, dices que te da rabia y asco el acordarte lo que te hacía; lo tildas de peligroso y mentiroso, pues traicionando la confianza de tu familia traumatizó todo tu ser; quieres escupirle, patearle, escuchar gritar al que abusó de ti en tu indefensión; desearías tatuarle en el rostro que es un criminal, un ladrón, un asesino, un animal, un violador, lo que revela a la niña abusada que aún llevas dentro de ti, con un gran conflicto interior.
Que te dediques al boxeo, arriesgando tu vida en ello; que insultes a tu agresor y desees para él y los pedófilos el castigo de la castración demuestra el gran tormento que sufres, pero, ¿por qué le agradeces entonces, si debido a aquello y al no encontrar una salida -una respuesta- al no entender por qué te desgració ese hombre siendo tan solo una niña, pensaste que la solución era quitarte la vida?
Como boxeadora representas hoy a una nación, eres una campeona y, como dices, das la pelea que antes no pudiste pelear y al mismo tiempo pides a Dios que te dé sabiduría, fuerza y rapidez para ganar, pero una y otra vez revives la agresión de hace tantos años. ¿Por qué? Porque no has sabido perdonar.
Es hora de perdonar, tienes que dejar atrás el pasado. Hay alguien que te ama, que padeció, que murió y resucitó por ti, para que no sufras más. Un hombre que sin tener delito alguno fue arrestado y apaleado; su cuerpo, desollado a latigazos; su barba arrancada; su rostro escupido, puñeteado y desfigurado; fue herido y quebrantado; sus huesos, descoyuntados; como cordero fue llevado al matadero y como oveja delante de sus trasquiladores enmudeció y no maldijo a nadie; angustiado y afligido, no se quejó; fue clavado desnudo en una cruz para quitar el pecado del mundo -los tuyos, los míos, los de tu agresor- y con su último hálito de vida rogó: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Jennifer, sólo el perdón te librará del dolor de tu pasado. No pelees más con él, ¡suéltalo y acepta a Jesucristo como tu Salvador y Señor! Entonces podrás vivir en paz, por siempre. ¡Dios te bendiga!
El autor es Economista, Magíster en Comercio Internacional.
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