[Armando Mariaca]

División, buena forma de perder credibilidad


La unión, la convergencia hacia los mismos objetivos, la urgencia de equidad y ecuanimidad, las políticas de debida y honesta distribución de bienes y responsabilidades, las normas que permiten trabajar y vivir unidos, juntos y persiguiendo los mismos objetivos, son utopías en las que casi siempre hemos estado inmersos los bolivianos. Y no sólo los políticos pierden la noción de lo que es unidad, también hay empresarios que buscan el fracaso de quienes se adelantan en el desarrollo, hay instituciones que tienen como mira el descrédito de otras, hay equipos deportivos que viven esperanzados en que los otros pierdan; finalmente, gobiernos que han buscado el fracaso de quienes los critican, les hacen ver sus yerros, les muestran caminos para hacer gestión y cumplir con buenas políticas.

El egoísmo y el creer que nadie vale más que uno, la egolatría que llega a la estulticia son condiciones importantes para quienes asumen posiciones de contar con poder político, social o económico porque no se piensa en el conjunto, en el todo unido, en la patria que es una sola, en el futuro que es uno y que debe ser de todos los bolivianos. Hay tacañería en los sentimientos y en las posiciones porque se es egoísta, arbitrario, contrario a todo lo que beneficie a los demás cuando sólo se cree que el beneficio debe ser patrimonio de los que tienen y poseen poderes de cualquier tipo.

La división es el peor enemigo de la política, de la cultura, de las buenas y sanas intenciones; es, en todo caso, el mejor sistema para conseguir más pobreza y atraso, más dependencia y, en casos, hasta ser mendicantes de la comprensión internacional; pero, también se cree que podemos ser dignos sólo rechazando lo que la comunidad internacional quiere darnos de buena fe, con sentido solidario, respetando principios de justicia y equidad.

La soberbia, el principio de todos los males, no permite ver más allá de las propias narices porque se disfraza la dignidad, de orgullo, de soberanía, de democracia, de libre albedrío, de sentimientos nacionalistas absurdos que sólo consiguen mimetizarse con lo poco que se tiene y puede con tal de no ceder ante nada y ante nadie porque nos bastamos solos, sin nadie que nos entienda ni atienda o porque no puede ser menoscabada una dignidad que nunca se la perdió y que, por egoísmo y estulticia, podemos perder.

La división es el mejor sistema para perder credibilidad del pueblo y es la división, por ejemplo de los partidos políticos, lo que vemos a diario donde cada quien se cree dueño del partido, de sus ideales y programas y, por ello, se toman otros rumbos y se da paso al transfugio, vulgarmente llamado “camaleonismo” o “pasapasismo” al que están muy propensos muchos de los “leales” militantes de un partido, cualquiera sea o esté en posiciones de derecha, izquierda o centro; total, lo mismo da estar con Dios o con el diablo para conseguir los mismos beneficios, las mismas prebendas.

Cuando el complejo de la división ataca, corre como las aguas de un torrente y arrasa con todo; la división es como el fuego que quema todo porque no hay principios ni fines que se respeten porque quienes causan división en cualesquiera instituciones o partidos políticos o empresas o negocios o intereses de barrio o conveniencias de regiones, logran objetivos de destruir o, siquiera, postergar lo bueno que se tenía el propósito de realizar.

Quienes ven en la división la solución a sus problemas internos, deben comprender cuán equivocados andan, cuán fuera de lugar están sus propias intenciones e inquietudes y, sobre todo, cuánta culpa tienen por la presencia de un mal que debe ser desterrado. Es importante, además, que comprendan que sus derechos terminan donde empiezan los derechos ajenos y los que piensan diferente tienen derecho a discrepar, a reconvenir, a pensar diferente, a ver los problemas planteados desde ópticas distintas; nadie, por poder que tenga, puede imponer sólo lo que siente y piense, lo contrario significaría avasallar al que piensa distinto y hacerlo vasallo o esclavo del que cree saberlo todo y hasta se cree dueño de todo.

La división, del tipo que sea, debe ser evitada porque resulta ser el mejor medio para caer en las garras de la discordia, del enfrentamiento, de la enemistad y del abandono de valores y principios.

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