No sabemos cuál fue el motivo para que un día antes se suspendiera el encuentro de S.E. con el presidente peruano Ollanta Humala, en Lima, que estaba fijado para el jueves pasado. Un hecho de esta naturaleza no sucede porque sí y suponemos que debe tener algún motivo serio. Los encuentros presidenciales los preparan las cancillerías con meses de anticipación, mucho más cuando se trata de visitas oficiales y no de meros encuentros informales en cualquiera de las inocuas “cumbres” que se han puesto tan de moda.
Precisamente en la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), realizada en La Habana hace algunas semanas, S.E. anunció su visita oficial al Perú, que habría sido acordada con su colega el presidente Humala. S.E. hasta mencionó sobre algunos temas que se tratarían, como el del “megapuerto” en Ilo, tema que se viene arrastrando con pachorra mutua -más boliviana que peruana- desde cuando el ex presidente Jaime Paz Zamora firmó los acuerdos “Mariscal Santa Cruz” con Alberto Fujimori, allá por el año 1992, y de lo que este Gobierno no quiere recordar. La propia embajadora de Perú en La Paz, doña Silvia Alfaro, se refirió al previsto encuentro presidencial, hace tiempo, instruida por su cancillería como se puede suponer.
¿Qué ha sucedido entonces para que inusitadamente se suspendiera el encuentro? ¿Qué motivos poderosos pudo haber para que 24 horas antes S.E. cancelara -o le cancelaran- su traslado a Lima? Eso sucede sólo cuando hay justificativo muy grande. Y no sabemos cuál es. Porque, que recordemos, el ministro Choquehuanca no ha abierto la boca sobre el tema o tal vez nosotros, los que vivimos en la periferia del país, no nos hemos enterado de que el jefe de la diplomacia nacional hubiera explicado algo.
Quien no explicó muy claramente la cancelación de la visita oficial fue la ministra de Informaciones, doña Amanda Dávila, la que coincidiendo con el diputado peruano Luis Alberto Adrianzen, atribuyó el aplazamiento al hecho de “no coincidir las agendas” de los mandatarios. Ahora bien, ¿no coincidieron las agendas de trabajo de cada uno de los presidentes o las agendas de temas a tratar? Porque una cosa es que un jefe de Estado suspenda un compromiso por algo grave, por una crisis interna, por alguna catástrofe natural, por una repentina enfermedad, y otra muy distinta que el aplazamiento o cancelación sine die se deba a que ambos presidentes o uno de ellos no desee la reunión porque ha fallado o no ha existido coincidencia en un tema importante de interés común.
Sin que nuestra Cancillería lo diga, ya sabemos por informaciones que han llegado desde Perú, que la suspensión pudo deberse a que el Congreso peruano no aprobó el texto modificado el “Protocolo Complementario y Ampliatorio de los Convenios de Ilo”, de lo que se llamó “Boliviamar”. Ahí donde en vez de buques de guerra y marinos de combate, que era nuestro deseo, los vecinos nos facilitarían la formación de una marina mercante, que es más útil y sensato. Muy mal por parte del presidente peruano de invitar a su colega y luego desairarlo porque no previó lo que podía suceder. Pero malo también que nuestro embajador en Lima (¿?) no hubiera advertido ese riesgo y no comunicara a la cancillería boliviana que existía una mayoría de parlamentarios que se oponían a ratificar el referido protocolo.
Para consuelo del gobierno plurinacional se le ha echado la culpa del desaguisado a la derecha. Ya no a la derecha boliviana -tan aporreada y desprestigiada la pobre- sino a la derecha peruana. Así que, por boca del diputado Adrianzen, los canallas de la derecha limeña han sido los que no quisieron ratificar el protocolo ni desearon tener a S.E. de visita en la antigua y soberbia capital virreinal. Justamente allí donde hicieron gemir a los originarios y desde donde Pizarro gobernó con mano de hierro para mayor gloria (y fortuna) de España.
¿Y Chile? ¿Tendría algo que ver Chile en este asunto? Desde luego que no osaría la diplomacia chilena observar lo que decida Torre Tagle respecto a Bolivia. Pero los peruanos, seguros de los embates que S.E. lanzaría contra los enclaustradores, tal vez no estaban muy alegres a agriar sus relaciones con ese vecino incómodo y peleador a quienes los han puesto en su sitio luego del fallo de La Haya y con quienes no desean más pleitos. He ahí otra razón más para que S. E. y la cancillería nacional se consuelen. No fue culpa de Humala lo de la “desinvitación”, sino de los perros derechistas y de una movida chilena.
Ante la ausencia de informaciones oficiales sobre la materia, a quienes comentamos sobre estas cosas peliagudas no nos queda otra solución que especular responsablemente o adivinar.
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