Los países ricos y desarrollados se han preocupado por salir de la pobreza mediante la inversión de dos capitales: el financiero y el humano. Han logrado que cada familia invierta lo que tenía en la construcción de fuentes de riqueza y, además, todo excedente que implicaba esa acción, lo abonaban los gobiernos con dineros del Estado; finalmente, en algunos casos, se hicieron préstamos a largo plazo para que sean pagados con la producción. Todas estas políticas han creado empleo porque el crecimiento de la industria y el desarrollo en las áreas rurales, ha precisado del capital humano para lograr los objetivos perseguidos.
Conforme crecía la industrialización de esos países y sus áreas rurales producían lo que necesitaba la población, fue adaptándose y creándose tecnología apropiada para cada medio de producción. Con la conjunción de los tres capitales: financieros, tecnológicos y humanos, fue posible abandonar la pobreza e ingresar en las vías del desarrollo y progreso.
Las inversiones, pues, son absolutamente necesarias y no solamente de capitales financieros sino de todo lo que genera el capital; en otras palabras, el capital crea centros educativos, de salud, de atención a las urgencias y necesidades de la población y proporciona los medios para diversificar la economía. El empleo ha permitido que cada empleado y obrero busque su propia superación mediante el estudio y la especialización y, una vez logrados sus propósitos, se han abierto posibilidades de mejorar la calidad del empleo, percibir mayor cantidad de dinero y conseguir con todo ello mejores condiciones de vida que incitaron a buscar calidad de vida.
Otra ha sido la figura de la mayoría de los países pobres y subdesarrollados que acostumbraron la vida de su población a las ayudas y la dependencia; la mayoría de los gobiernos no han aplicado el dicho chino que es simple: “No me alimentes, ayúdame a conseguir mi propio alimento”; en palabras sencillas, no depender de las ayudas y, si las hay, invertirlas en crear fuentes de producción y riqueza, dando a las personas las capacidades para valerse por sí mismas y alcanzar altos índices de desarrollo.
Nuestro país, mientras continúe con las políticas de importarlo todo “porque hay dinero”, está condenado a la inanición, a la dejadez, a depender cada vez más de lo que otros producen y lograr réditos importantes debido al nomeimportismo de quienes prefieren recibir sin dar algo, alimentarse sin esfuerzo propio y esperar que las ayudas lo anquilosen y hasta destruyan posibilidades de mejor vida. Mientras se importe lo que comemos, más daño nos causamos y, en lugar de promover nuestro propio crecimiento, conseguiremos potenciar más la producción y riqueza de países que saben aprovechar nuestra dejadez y vocación por la dependencia.
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