Alberto López Herrero
Cuando se nos presenta la oportunidad de redescubrir sabores de la infancia, comidas tradicionales de las abuelas o productos recién cogidos de la huerta y llevados a la mesa, siempre nos resulta un placer reconocer como auténtico lo que consumimos: huevos, lácteos, verduras, legumbres, miel… pueden ser alimentos que llamamos “de verdad” al compararlos con los que adquirimos habitualmente en los supermercados, que tienen buen aspecto pero un sabor artificial, desconocemos su proceso y en cuanto salen de las cámaras frigoríficas se estropean.
Para combatir esta rutina de alimentarnos de lo que nos ofrecen y no de lo que nos gustaría han surgido los denominados grupos de consumo ecológico, que son pequeños colectivos que ofrecen la oportunidad de consumir alimentos naturales, de disfrutar con el sabor de lo que se come y de poder intervenir en procesos de consumo responsable a través de los productos adquiridos directamente al agricultor o al ganadero del entorno.
Basta una mínima sensibilidad medioambiental, social y hacia la salud para abastecerse de estos alimentos ecológicos con un grupo formado en el trabajo, en el colegio o en el barrio con una básica pero necesaria organización. La contrapartida siempre resultará beneficiosa por la calidad de los alimentos, libres de pesticidas, a la vez que contribuirá a revitalizar el campo y a fomentar las relaciones sociales y el consumo responsable. Los grupos de consumo ecológicos suponen en la actualidad una apuesta por una economía sostenible a través de un uso más eficaz de los recursos y, si bien en un principio los productos ecológicos pudieron verse como elitistas, se ha demostrado con el paso del tiempo y el crecimiento de estos colectivos que pueden ser el motor de un cambio social en los hábitos de consumo y de vida.
La iniciativa ha calado tanto en los últimos años que no sólo ha conseguido devolverle a la agricultura el protagonismo en la alimentación por encima de los intereses económicos, sino que ha permitido que nazcan diversos tipos de relaciones entre el campo y el consumidor, como por ejemplo los huertos urbanos, los mercados campesinos, la venta de fincas, el regreso de jóvenes para trabajar en los pueblos… lo que demuestra que hay más prácticas posibles y viables de producir y consumir alimentos al margen de las que utilizábamos.
Los integrantes de los grupos de consumo suelen ser un mínimo de 10 personas para hacer rentables los pedidos y deben organizarse con un buen plan de necesidades, recogida y pago para el reparto posterior de los productos. Para ello tienen que llegar a un acuerdo con el proveedor que incluye las cantidades, los precios y las frecuencias del suministro. Por último, hay que establecer el sistema de reparto, si existe un local para hacerlo, si el pedido se recoge en el lugar de producción o si se reparte a domicilio. Los detalles de los grupos de consumo abarcan incluso los periodos vacacionales, en los que al descender los integrantes -pero no la producción-, se abre el ingreso a nuevos miembros para mantener el ciclo productivo y de consumo.
Estos colectivos lo que consiguen es compensar el precio un poco más elevado de los productos con la calidad, ya que maduran de forma natural hasta su consumo y no existen intermediarios, ni gastos de transporte ni propaganda. Además, contribuyen a preservar la biodiversidad al tener acceso a productos que no están disponibles en supermercados porque son producidos localmente o en pequeñas cantidades, mientras que los agricultores y ganaderos, por su parte, pueden planificar mejor su producción y simplificar los trámites de venta y promoción al tener un mercado estable y seguro.
En los últimos años los productos ecológicos han experimentado un incremento cuantitativo en los países de la Unión Europea, sobre todo en España, Francia y Reino Unido, que son los que más hectáreas dedican a la producción de productos ecológicos. Sin embargo, aún hay cierta confusión con la venta y las etiquetas de productos ecológicos o verdes, amigables, ecoenvases, reciclables y biodegradables. Pueden parecer iguales pero no lo son y sólo la exigencia de calidad de los consumidores puede mejorar la preservación del medio ambiente y contribuir a una economía social sostenible y con los mejores hábitos de alimentación.
El autor es periodista.
ccs@solidarios.org.es
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