No existe compromiso para dar mar a Bolivia, sostiene, con la displicencia de siempre, Chile. Argumento que va tomando cuerpo cuando la demanda en La Haya avanza conforme los plazos previstos para el efecto. Es un hecho que exaspera a gobernantes y gobernados de aquel país.
En consecuencia, compromiso no existe, ofrecimiento sí, como el que hizo Augusto Pinochet, en la década del 70, como tácito reconocimiento al encierro geográfico boliviano, resultado de la reprochable invasión de 1879. El gobernante militar selló ese gesto con el abrazo de Charaña que está debidamente registrado en la historia contemporánea.
“No olvidemos ni por un instante que no podemos ahogar a Bolivia privada de Antofagasta y de todo su Litoral que poseía hasta el Loa. Debemos proporcionarle por alguna parte un puerto suyo, una puerta de calle que le permita salir sin zozobra, sin pedir venia”, señaló el presidente Domingo Santa María, que gobernó Chile entre 1881 y 1886, según narra Alberto Virreira Paccieri, en su libro titulado “Puerto propio y soberano para Bolivia”, publicado el 17 de octubre de 1967, por Talleres de la Editorial del Estado, en La Paz – Bolivia (ver la página 318).
He ahí una voz que, a escasos años de la funesta ocupación del territorio boliviano por fuerzas anglo-chilenas, no sólo ofrecía sino que buscaba proporcionarnos “una puerta de calle” que nos hubiera permitido salir al Pacífico “sin zozobra” y “sin pedir venia” a nadie. Palabra autorizada de un dignatario de Estado que quiso restañar la herida abierta por la incursión militar expansionista.
Bastan, en criterio nuestro, estos dos ejemplos, donde se advierte el mea culpa de Chile. Y quizá por ello éste se inclinó a ofrecernos posibles salidas al Pacífico, pero desgraciadamente no se hicieron efectivas, por intereses mezquinos.
Tales actitudes redundaron a favor de la pretensión boliviana de retornar a su costa del Pacífico. Aquéllos estuvieron conscientes de que la invasión de 1879 había clausurado los pulmones de Bolivia y consecuentemente ella estaba imposibilitada de oxigenarse con aires de ultramar.
Ahora algunos testaferros de la diplomacia chilena pretenden confundirnos con el ofrecimiento de un puerto, sin soberanía, por 90 o más años. E insisten, por otro lado, en intercambiar gas por mar. Con estas fórmulas buscan que Bolivia deje sin efecto la demanda presentada ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya y reinstalar la mesa del diálogo bilateral, que tan difíciles y frustrantes experiencias representó para Bolivia, en el pasado mediato e inmediato. Las señales dilatorias y distraccionistas que surgieron de ella terminaron agobiando al país, que no tuvo otro camino que recurrir al alto tribunal de la Organización de las Naciones Unidas.
En suma; los bolivianos no podemos seguir viviendo de ofrecimientos, sino que queremos hechos que viabilicen nuestra salida al mar con soberanía y de una buena vez.
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