Paula Orellana
De esas mañanas reflexivas nace lo siguiente:
¿Desde hace cuánto somos esclavos del tiempo? ¿Cómo ha sido el proceso?
Vaya que somos esclavos. Estudias (si tuviste la suerte) de 12 a 15 años para graduarte de nivel medio. Antes de graduarte tomaste (si te dejaron) una de las primeras decisiones que marcan un rumbo a seguir (¡cómo si todas tus demás decisiones no lo hicieran también!). Escogiste tu carrera en diversificado. A los 2 o 3 años te gradúas. El siguiente paso es ir a la universidad. Si en todo caso lo puedes hacer, tienes dos opciones; o te mantienen tus padres o te mantienes tú. Asumamos que escogiste (si es que tuviste la opción de escoger) lo segundo.
Empiezas a trabajar bastante joven. A los jóvenes les dan trabajo más rápido por su juventud (y porque son más baratos). En el trabajo debes de llegar a la misma hora 5 o 6 días a la semana e irte en una hora indefinida que procuras que sea la misma porque tienes el tiempo calculado para empezar a hacer tu siguiente actividad, claro, tomando en cuenta el tráfico. Como tienes la dicha de trabajar y estudiar, corres a tu casa de estudios. Sigues siendo víctima del tiempo. Estás condicionado a “aprender” todo lo que te digan en un falso semestre de 5 o 4 meses. Si pasaste y no aprendiste, no hay problema. Sigues la carrera (carrera en todo sentido de la palabra). Lo importante es terminar en el tiempo que tengas que terminar. Debes apurarte para conseguir el cartón. Así te darán un trabajo con mejor paga, si lo consigues.
El siguiente paso (hayas terminado o no la universidad) es casarte. No hay labor más noble que cuando le dedicas “tu” tiempo a alguien más. Como las madres por ejemplo. Su tiempo es de todos, menos de ellas. Lo mismo con los padres, claro. Tienes un hijo, luego otro y uno más. Desde luego que sigues trabajando y continúas haciéndolo para asegurar tu vejez. (¿Cuánta gente llega a su vejez realmente?) Trabajas para un tiempo que todavía no es “tuyo”, pero claro, arriesgarse a no hacerlo es demasiado arriesgado ¡con justa razón claro! Con el tiempo dejas tu vocación porque ya no encaja con la vida que planeaste (te planeas - te planean). Sigues trabajando de la misma forma que hace 5 años (6, 7... 15...). Te duelen las piernas; de tanto estar sentado.
Dejas de vivir sin cargas de poesía. Tus cuotas de masoquismo se vuelven más odiosas que placenteras. Te acomodas a torturarte. “Un ave que crece enjaulado piensa que volar es pecado”. ¿Hace cuánto hiciste el amor? Evades tu naturaleza de sentir placer, de divertirte porque ya no tienes tiempo, ni para ti ni para los tuyos. Cuando te das cuenta que nunca hiciste tiempo (¿se puede “hacer” el tiempo?) para jugar con tus hijos, ellos ya no tienen tiempo para estar contigo. Dejaron de jugar hace años. Y lo más desastroso del mundo; siguieron tu ejemplo. Les enseñaste a que su tiempo no es de ellos pero pueden pensar que si lo es.
Te das cuenta que ahora puedes ver para atrás y unir los puntos en retrospectiva. No forman una bonita figura. Hasta ahora te das cuenta de la importancia que tiene tomarte tu tiempo, no hacerlo. El tiempo siempre existe y que lo uses sin darte cuenta es una elección propia que pareciera que no tuviste el derecho de tomar. Que te perdiste de todos los tragos de vida. Que pensaste que era más cómodo sentir muy poco, a sentir mucho. Que no cosechaste verdaderos amigos ni siquiera para que confiaran en ti cuando necesitabas dinero. Que pensaste que tus pasiones eran cumplir los objetivos del trabajo que sólo le hacían dinero a alguien más.
Pero pasa lo que planeaste desde tus veintitantos; llegaste a la vejez y te diste cuenta que la vejez fue demasiada corta comparada con todo el tiempo que invertiste en ella. Cansado, no la disfrutas; tus hijos están muy ocupados preparándose para su vejez. Si ves muy de cerca, te das cuenta que sigues viendo la hora de tu reloj... nunca dejaste de separar el tiempo en las mil y una formas que te inventaste. Y sólo hasta ahora, envidias a los ociosos que tanto criticaste.
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