Trabajo Literario
Teníamos que encontrar un personaje peruano o español, entre muchos Mario Vargas era el único que cumplía ese requisito en ambos aspectos ya que nació en Perú y en 1973 obtuvo la nacionalidad española si perder la peruana.
Además escogí a Mario porque vivió en Bolivia toda su infancia y de alguna manera al escogerlo tenía la oportunidad de unir estos tres países en un relato de vivencias.
Por otro lado quería desafiarme y hacer algo distinto, podría haberme inventado una historia ficticia de dicho personaje, pero en vez de eso preferí hacer un cueto basado en hecho reales y así tratar de involúcrame mas con el personaje para llegar a sentir y pensar como él en las etapas y vivencias que tuvo, así de algún modo describir su vida no de un modo tan biográficamente si no más emocional y humanamente.
Hecho real que produce la relevancia del personaje
La importancia del este personaje no radica en el hecho de que sea un gran escritor, sino en que gracias a ello formo parte de lo que se conoció como el “boom latinoamericano” que no fue solo un movimiento literario de escritores latinoamericanos, fue un movimiento político que cambio la forma de cómo era vista Latinoamérica ante el mundo y sirvió como escalón para grandes escritores de hoy en día.
Relato literario
Memorias de un escribidor
8 de septiembre 1950
Alejandro Dumas me acompaña otra noche más en mi habitación, en el Colegio Militar Leoncio Prado, y, según mi padre, la cárcel para mis sueños de, poeta, periodista, novelista o dramaturgo que algún día seré.
Estoy comenzando un drama: La Huida del Inca… quisiera hacerlo, huir, escapar a Paris, España, respirar otros aires, contagiarme de la magia de Balzac, Stendhal, solo por nombrar dos casos conocidos, inspirarme en lo que ellos se inspiraron, vivir para escribir y escribir para motivar mi vida, quiero volar, rebasar fronteras no solo terrenales sino también ideológicas, causar controversias, inspirar revoluciones, unificar mi Perú. Pero por ahora necesito crecer pues tengo solo 14 años. Leer y vivir soñando en esta realidad militar que por imposición paterna, tengo, que soportar.
Corría el año 1936 y justamente un 28 de marzo entre sudor, gritos y lágrimas de alegría, llegó Mario, único hijo entre Ernesto Vargas Maldonado y Dorita Llosa Ureta. Era una pareja casi feliz hasta que mi padre le confesó a mi madre, Dorita, que tenía una amante extranjera, alemana para ser específico. En fin, como era de esperarse, unos meses después de mi nacimiento la relación de esta pareja llegó a su fin.
Un año después del divorcio, mi madre y yo nos fuimos a Bolivia, donde mi abuelo Pedro fue enviado por su gobierno para ejercer el cargo de cónsul peruano en la ciudad de Cochabamba. Viví ocho años en aquella hermosa y acogedora ciudad boliviana, que fue donde pasé mi primera mi infancia. Allí aprendí a leer a los cinco años en el Colegio La Salle, y Dorita me conto que cuando empecé a escribir, lo primero que hacía era cambiarle el final a los cuentos o aumentarles historias. Lo cierto es que desde niño, creo que fui un inconformista.
Mis amigos me decían “el llosita”, un sobrenombre derivado de mi apellido materno Llosa. Siempre recuerdo los interminables partidos de futbol en el callejón de mi barrio, con cuarenta o treinta minutos de adición y siempre con revancha.
La nostalgia me humedece los ojos, y creo que Bolivia seguirá impactando en mi vida de algún modo.
Fue a los diez años que supe que mi padre todavía estaba vivo. Fue la mentira más larga que viví, y aun no entiendo por qué mi madre no me explicó que estaban simplemente separados. Mi reacción a tal noticia fue tan neutra que me impactó, yo no lo conocía, nunca había convivido con él, era un completo extraño en mi vida, alguien más que se unió a la familia, intentaba quererlo, en serio lo hacía, pero no encontraba algo para aferrarme a él.
Se inicia el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero en 1945, entonces mi abuelo, primo hermano del presidente, fue proclamado prefecto de Piura y tuvimos que despedirnos de Bolivia, de Cochabamba, para mudarnos con el abuelito a Piura.
En 1947 conocí a Ernesto, mi padre, Qué día más emocionante..!. Tenía miedo de que mis expectativas sean muy altas o muy bajas, no sabía qué pensar o cómo reaccionar en el momento que lo viera, y así contradiciéndome en que si lo abrazo, o me que callado, o le cuento todo lo que pasó en estos diez años, llegamos con Dorita al lugar del tan ansiado encuentro:
-Hola Mario, soy tu papa – me dijo en un tono amigable, pero a pesar de todo fue un momento incomodo para ambos.
-Hola – dije con timidez y una no muy convincente sonrisa, y eso fue todo porque a partir de ese momento los antiguos amantes comenzaron una charla interminable llena de risas y recuerdos que solo ellos entendían.
Mientras tanto yo me sumergía en pensamientos que sin quererlo me distanciaron de mi padre.
-Por qué nunca me buscó..?, tenía un hijo creciendo, extrañando a una figura paterna para jugar un futbolito, festejarle el día del padre, jugar a las luchas, ir a manejar bicicleta, en fin, la clase de cosas que un niño hace con su papá. Viví idealizando un héroe que por alguna u otra razón creia que Dios se lo había llevado para ser parte de su reino, pero al saber la verdad supe que simplemente por falta de tiempo, coraje, o cualquier otra circunstancia me tenía olvidado. Y mi mamá que se las arreglaba para hacer el papel de padre y madre.
Pero bueno, fue ese año que Dorita y Ernesto restablecieron relaciones. Se enamoraron de nuevo y restauraron la familia que existía hace diez años más o menos.
Nos mudamos a Lima, a Magdalena del Mar, un distrito pequeño de clase media, pero al cabo de un tiempo nos fuimos a La Perla.
Continurá en el próximo suplemento.
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