Los maestros cantores

He vuelto a oír, como si fuese por primera vez, la obertura de Los Maestros CANTORES de Richard Wagner. Es un arte suntuoso, recargado, pesado y tardío, que tiene el orgullo de suponer en quienes desean comprenderlo que viven todavía dos siglos de música. Y dicho sea en honor de los alemanes semejante orgullo queda justificado. ¿Cuantas savias y fuerzas, cuantas épocas u climas se mezclan en esa música? Tan pronto nos parece anticuada y extraña, como acida y de una extrema juventud; tan fantástica como pomposamente tradicional, muy a menudo aun ruda y grosera, Tiene fuego y audacia, y ostenta, al mismo tiempo, la pelusilla flácida y descolorida de los frutos de maduraron demasiado tarde, corre amplia y plena, y de pronto viene un instante de inexplicable vacilación, un brusco hiato entre la causa y el efecto, una pesadez que nos abruma de ensueño, como bajo una pesadilla; pero he aquí que ya se extiende y se amplifica de nuevo la ola de nuestras alegrías, formada de una prodigioso variedad de votes, de dicha antigua y nueva, sin olvidar el placer que el artista se produce a sí mismo y que no oculta, la sorpresa encantada de sentirse en posesión de todos sus recursos y de las formulas del arte recientemente conquistado y que es el primero en poner en práctica como parece dárnoslo a entender. Esta música, en suma, no tiene belleza ni ardor meridionales, nada de la fina claridad de un cielo del mediodía, ni gracia ni danza, apenas un poco de voluntad lógica, cierta pesadez incluso, una pesadez afectada, como si el artista quisiese decirnos” Esta pesadez también la he querido yo” Una expresión autentica del alma alemana, que es a la vez joven y envejecida, caduca y exuberante de porvenir. Este género de música expresa a las mil maravillas lo que yo pienso de los alemanes: son de anteayer y de pasado mañana, no tienen hoy.

Federico Nietzsche (1844-1900)