Etnología boliviana
El siguiente estudio acerca del origen de la Whippala es la segunda parte de un trabajo publicado por la Revista SEMANA GRÁFICA, en febrero de 1933. Fue escrito por el etnólogo Ismael Sotomayor con base en una investigación en la región de Viacha. El autor sostiene que originalmente se trató de un baile monótono, cuyos protagonistas portaban una bandera. El baile, por tanto, significaba “danza de la bandera de los collas”. La publicación de este artículo contribuirá al estudio de este símbolo, el cual afirma lo siguiente:
“EL BAILE DEL COLLA-WHIPPALA
Su origen se remonta al génesis del imperio del Tahuantinsuyo.
Baile monótono por su música, pero muy interesante por su emotividad, pues fue incluido en las ceremonias del ritualismo sagrado de los indios collas y bailado por tres protagonistas, dos jóvenes, escogidos entre la aristocracia de la raza y tocadores, el uno de una wancara (tambor) y el otro de un pinquillo (pífano). El tercer personaje es portador de una inmensa bandera, compuesta por tantos cuadrángulos pequeños como tantas fueron las parcelas, las de pertenencias del inmenso Collao.
Estos cuadrángulos van alterados en filas combinadas hábilmente entre los siete colores del “curmi” (arco iris); toda la bandera es orlada por una laboreada franja de lana. De este detalle le viene el nombre al baile; es ella su principal motivo, puesto que “whippala” en aymara es bandera y “colla” el habitante del Collasuyo, luego Colla -Whippala significa el baile o danza de la bandera de los collas, es decir en sentido contractivo y castizo, porque, literalmente, la bandera de los collas, frase traducida fielmente al aymara, sería sí: “collamarcana whippalhapa.
Y el hombre que tiene y porta la bandera, fue en antaño un venerable anciano de la tribu de los collas, elegido para tal finalidad por una especie de voto tácito, elección que además era tenida como una muestra de distinción y premio a la conducta moral del varón agraciado. En suma, era por derecho el portaestandarte de su tribu.
La danza misma es tan monótona como su música, es la tonada que se repite indefiniblemente por la melancolía que emerge de las notas del “pinquillo”, acompañadas por el golpe rítmico que nace de las entrañas de la “wancara”, musicalidad inarmoniosa que se esteriliza por la vacuidad de las figuras del baile, reducidas a un caminar lento y a dar vueltas sucesivas en cada esquina. Aquí el tocador del pífano cambia por un momento el instrumento musical para sustituirlo con una especie de bastón hecho de madera de chonta (hierro vegetal) y adornado con varios anilletes de plata, bastón con el que quien lo retiene, luego de hacer algunas piruetas -vestigios quizá de ceremonial- sirve para señalar hacia los cuatro puntos cardinales, mediante determinadas manipulaciones de malabar entre los dedos de la mano derecha.
Luego, hace el recambio, continúa el tañer del pinquillo y por el camino a seguir persiste la monotonía del baile y el traqueteo de wancara. Curioso es advertir que los tres protagonistas de esta danza llevan una indumentaria perteneciente casi a la época del incario.
Aro forjado en cintajos, rematado por plumas blancas; denominado muchchullu, capas negras de material de bayeta, calzón corto y ojotas o wiskkus completan aquella, en las rodillas del portador de la bandera se nota dos adornos muy originales, consistentes en las mascarillas de titis “pumas” perfectamente desecadas.
El baile del “colla - whippala” por su origen, por su simbolismo y por su emotividad, hasta hoy persistente, correspondería al grupo de coreografía completamente autóctona. Se lo ve en las inmediaciones y en algunas comarcas del Altiplano, durante la fiesta religiosa de Santiago Apóstol.
Alguien le ha comparado con el baile llamado del “loco pallapalla”, por el detalle, mal analizado, de haber visto cruzar por la pampa y caballero en blanco animal portador de la simbólica cuanto milenaria bandera, confundiéndolo por tanto con el “cabeza” o capataz del “loco” y por haberlo visto cruzar el campo de acción como cuando al santo Apóstol, le vieron muy de buena fe los bizarros y aguerridos visionarios españoles en la batalla célebre llamada de Clavijo en el año 348. El estimulable aymarólogo y entusiasta indigenista Felipe Pizarro guarda con veneración una legítima bandera “colla”.
Ismael Sotomayor
Viacha, febrero de 1933”.
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