La definición normal sobre la política es que es un arte y una doctrina que tiene por esencia la misión de servir; pero para los que ejercen la política partidista, parece que esa definición de servicio no tiene importancia o, a lo más, es un eufemismo en el que algunos ingenuos creen, porque ellos con sus actos demuestran, generalmente, que no tienen noción de la misión que se han auto-impuesto o que, en casos, las circunstancias los hicieron líderes o caudillos de corrientes políticas con miras a llegar al gobierno del país.
¿Cuántos de los políticos que han pasado por los gobiernos o que se han quedado en el llano con la ilusión perdida, han tomado en cuenta su razón de ser? ¿Cuántos creen que servir es amar, construir, respetar, dirigir, orientar y hasta sacrificarse por los ideales y, sobre todo, por entender, atender y buscar soluciones para los problemas de la comunidad en la que se desenvuelven? ¿Cuántos han visto que la unidad es fundamental para concretar ideas, criterios, intenciones, programas, etc.? ¿Cuántos han dado ejemplos de vida mediante la práctica de virtudes que se han hecho valores?
Las preguntas fluyen por doquier, pero no tienen respuestas claras, concretas, definitivas, porque para los políticos lo único que cuenta es que son de izquierda, derecha, centro o de cualquier lado, desde donde pueden diseminar criterios e intenciones. ¿Cuántos, en nombre de procesos “revolucionarios”, han hecho lo contrario a los cambios, a modificar situaciones difíciles y hasta conflictivas que pospusieron al país tan sólo por atender los intereses partidarios o personales? ¿Cuántos hacen, alguna vez, un examen de conciencia sobre lo que son, piensan, sienten y buscan hacer? ¿Qué profundidad, honestidad y sinceridad han encontrado en esos exámenes para llevar a cabo todo lo pensado, pero por vías correctas, honestas y responsables?
A propósito de todo lo que se puede decir por el mal ejercicio de la política partidista, cabe recordar lo que el dramaturgo Pío Baroja dijo el 13 de mayo de 1904 ante personalidades como don Miguel de Unamuno y don Benito Pérez Galdós, que lo aplaudieron efusivamente por lo expresado: “La verdad es que hay siete clases de políticos… sí, como los siete pecados capitales: los que no saben; los que no quieren saber; los que odian el saber; los que sufren por no saber; los que triunfan sin saber, y los que viven gracias a que los demás no saben”. Estos conceptos, por los resultados que el país ha experimentado en los años de vida independiente que tiene, son claros y terminantes. Que hay excepciones, sí; pero tan contadas y tan difusas que no siempre pueden tomarse como ejemplos, puesto que, en el torbellino de la política partidista -especialmente en períodos pre-electorales y en los mismos procesos electorales-, se pierden, se diluyen o, por lo menos, se mimetizan y aparecen como los ideales por los que el pueblo debería votar.
Ahora, año electoral, la ciudadanía que vote, ve que los políticos del oficialismo y de los partidos llamados de oposición no muestran ni intenciones ni programas ni proyectos que ofrecer; viven enfrascados en posibles candidaturas, acuerdos y convenios que conformen bloques. No se sabe de programas y menos de análisis severo, consciente, honesto y responsable de los males que aquejan al país y de propuestas realizables, factibles, ciertas y no utópicas. Ya se vislumbran candidaturas y, como se presenta el panorama, parece que serán muchas en los próximos meses. Hay candidatos que declaran que obtendrán altos porcentajes en la votación, cuando en conciencia, seguramente están seguros de que no llegarán ni al 50% de sus ilusiones; pero como la propaganda “debe hacerse”, se la hace demagógicamente.
¿Cuál será el panorama político-partidista en los próximos cuatro meses? ¿Seguirán los intentos para conformar bloques? ¿Continuará la desunión y la creencia de que cada uno es seguro vencedor? ¿Seguirá la petulancia de creer que por haber alcanzado altos porcentajes en anteriores elecciones, se repetirá semejante hazaña? La verdad es que el pueblo ha cambiado, hay angustias, decepciones, frustraciones como hay contentos y plácemes por lo que el actual régimen hizo; pero, ¿cuál será la realidad, especialmente si la división carcome los cimientos hasta de estructuras muy firmes?
Es, pues, grave, muy grave, la responsabilidad de los partidos políticos tanto para su supervivencia como para los resultados que puedan obtenerse en las urnas; son ellos, los partidos del régimen y de la oposición, los que tienen que sopesar, honesta y conciencialmente, lo que son, lo que pueden cambiar y hacer y, también, lo mucho que tienen como adornos para fracasar, especialmente la petulancia, la soberbia y el engreimiento sobre condiciones que dicen tener y que el pueblo no cree.
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