El continente observa consternado la lucha abierta en Venezuela entre las fuerzas del Gobierno y sectores juveniles que expresan su descontento por la escasez de alimentos, la inflación y la represión política desde hace más de 30 días, como lo demuestran concentraciones y marchas de un extremo a otro del país. El enfrentamiento cuenta más de una veintena de muertes violentas y centenares de heridos, de cuya autoría se acusan mutuamente los beligerantes.
Lo cierto es que este clima no muestra visos de solución y se prolonga en medio de denuncias de graves atentados contra los derechos humanos, mediando detenciones por las fuerzas de seguridad y de militares, uso excesivo de la violencia en nombre del orden, incomunicación y negación de asistencia jurídica a los detenidos, así como hechos represivos aun más graves. Las libertades de expresión y de prensa también confrontan dificultades e interferencias en sus labores informativas, sin que se excluya la suspensión de transmisiones televisivas.
El malestar no sólo se hace sentir en el continente, sino que sus resonancias en Europa son visibles, y es así que expertos en Derechos Humanos de la ONU, con carácter independiente, se han pronunciado para censurar los presuntos excesos y exigir que los “arbitrariamente detenidos sean puestos en libertad sin condiciones”.
Entretanto, la OEA se mantenía al margen o indecisa ante la solicitud de Panamá de una reunión de cancilleres hemisféricos para analizar la situación y tampoco se vislumbraba el envío de una misión observadora que pueda valorar in situ los hechos. La prescindencia de la OEA sobre los acontecimientos se hace inexplicable, pese a existir antecedentes de su intervención diplomática en otros casos. No menos extraño es, hasta el momento, la ausencia de un criterio oficial de Naciones Unidas, que sume a los esfuerzos en logro de la paz y la justicia
Por toda respuesta -como es de conocimiento internacional- el Gobierno de Nicolás Maduro rompió relaciones diplomáticas y comerciales con Panamá, traduciendo una suerte de advertencia al resto de países americanos de asumir idéntica actitud si pretendiesen inmiscuirse “en asuntos internos”, según denominó Caracas al pedido panameño, extremos que conducirían al propio aislamiento bolivariano. En estas circunstancias, desde el Palacio de Miraflores se activa de prisa la reunión de Unasur (sólo las naciones sudamericanas) con el objetivo de lograr respaldo a su política inflexible del momento, aprovechando la fuerte influencia del Alba en el seno de Unasur.
Tampoco deja de pasar desapercibido el despliegue del poderío bélico de las Fuerzas Armadas Bolivarianas en ocasión del primer aniversario de la muerte de su líder Hugo Chávez, sumando otra advertencia no sólo a las movilizaciones internas. Si bien el Gobierno convocó al diálogo, la oposición negó su participación aduciendo que al mismo tiempo el Gobierno ejercía represión. La última consigna del presidente Maduro es: “Candelita” que se prenda, candelita que se apaga…”.
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