El cuento de hoy
Por Bernard Gervaisse
En cuanto mi amigo Bousin se encontró dueño de una considerable fortuna fue a una agencia de empleos y dijo:
–Quiero que me proporcionen un criado honrado, limpio, afectuoso, alegre, de rostro simpático, lo bastante inteligente para que adivine mis órdenes sin que yo necesite dárselas.
–Caballero – le contestaron – tenemos lo que usted necesita: un criado joven, que reúna todas las cualidades que acaba usted de mencionar.
Y Bousin admitió a su primer ayudante de cámara.
A los pocos días fui a su casa, y me encontré en el suelo del comedor la vajilla destrozada y al criado de Bousin presa de un síncope.
–Sí – me replicó mi amigo. – Ha bebido un poco. Se me olvidó decir en la agencia que quería un criado sobrio, no afecto al alcohol. Ahora mismo voy a encargar uno que no beba. Yo quiero un criado perfecto. . .
El nuevo ayudante de cámara de Bousin no bebía más que agua. Pero a las cuarenta y ocho se suicidó en un ataque de neurastenia.
El tercero era casi perfecto. El único defecto que tenía era la frecuencia con que le daban ataques epilépticos cuando servía a la mesa. Tuvo que despedirlo porque daba la casualidad de que los ataques lo sorprendían cuando llevaba la fuente de la sopa que derramaba pródigamente sobre la ropa de las personas que estaban sentadas alrededor de la mesa.
Estuve algún tiempo sin ir a la casa de mi amigo, por lo que no puedo dar detalles de los sucesores del epiléptico. Solo supe un día, por boca de sus amistades que encontré en la calle, que ya había acudido a treinta agencias de empleo y que cada postulante que admitía era peor que el despedido.
Sólo el último dejó en mi memoria un recuerdo imperecedero. Era ladrón, sucio, holgazán, embustero, torpe, alcohólico, insolente y se llamaba José.
Un día supe que José, después de robar dinero a su amo, había estado a punto de estrangularlo; pero que Bousin no había querido dar cuenta del hecho a la policía. Apenas supe la noticia me apresuré a ir a su casa para ofrecerle el consuelo de mi amistad.
Una sorpresa me aguardaba. El criado que salió a abrirme era José.
–¡Pero no lo has despedido!– pregunté a Bousin.
–¡No lo quiera Dios! – dijo tranquilamente.
–Su tranquilidad me indignó.
–¿De modo que después de tanto decir que querías criados perfectos en tu casa te quedas con éste que se fuma tus cigarros, se bebe el vino y los licores, toma por asalto la cocina, te falta el respeto y pretendió estrangularte después de robarte? ¡Estas loco!
–¡Qué quieres! –me contestó Bousin resignado. – Si despido a éste tendré que buscar otro, y eso si que no. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer.
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