Estando para partir de Londres para Bath, la duquesa de Devonshire, que era una de las mujeres más hermosas de Inglaterra, se aproximó a ella un marinero y se quedó mirándola con la más extraordinaria atención.
Ya iban a montar a caballo los postillones, cuando sacando este hombre un cigarro de su petaca, se acercó a la duquesa y la dijo:
–Señora, ¿tendréis la bondad de prestarme un favor?
–¿Y en qué, contestó ella con dulzura, puedo serle útil?
–Señora, respondió el marinero, quisiera que me permita encender el cigarro en sus ojos.
Sonrió la duquesa al oír una galantería tan original, pero no se enojó.
Después, cuando caballeros de la alta so-ciedad le dirigían agradables cumplimientos solía decir:
–Todo eso es muy bueno, pero mucho mejor fue lo que me dijo el marinero.
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