Jorge Gómez Barata
Veinte años atrás, como parte del colapso político más espectacular de la Era Moderna, la Unión Soviética sucumbió y Rusia se proclamó su heredera obteniendo dos importantes activos políticos: el poderío nuclear + el asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y con él, el veto. Esos dos elementos constituyen la base de su poderío y de su influencia internacional.
Lo que Rusia no pudo heredar fueron los elementos económicos, políticos y de seguridad que mantuvieron unida a la Unión Soviética. Como parte de aquel proceso el gigante eslavo no sólo dejó de tener influencia sobre los territorios ex soviéticos y sobre los antiguos integrantes del campo socialista, sino que tuvo que enfrentar diversos procesos separatistas internos.
Los sentimientos anti rusos vigentes en Europa Oriental y la ex Unión Soviética se derivan de factores históricos milenarios, de la opresión nacional ejercida por el Imperio Ruso sobre un enorme conglomerado de pueblos, naciones y territorios de Europa y Asia Central; así como de los errores cometidos en la formación de la Unión Soviética.
En 1917 triunfó la Revolución Bolchevique que había prometido la liberación de aquellos pueblos, cosa que cumplió al pie de la letra en casos como los de Polonia y Finlandia pero no tan puntualmente en otros a los que acogió en el seno de la Unión Soviética, que aunque para muchos de ellos, fue un paso de avance, no logró una real unidad.
Las fases finales de aquel proceso se desarrollaron estando Lenin enfermo, se consumó después de su muerte y fue conducido por Stalin, cuyas actitudes autoritarias dejaron poco margen a debates reales y a decisiones consensuadas.
En lugar de resolver los problemas nacionales vigentes en su seno, durante 70 décadas los líderes soviéticos los ocultaron o les aplicaron paliativos, cosa que explica su disolución dando lugar al surgimiento de 15 nuevos estados. El fin de la URSS reveló que no era cierto que los países socialistas de Europa Oriental constituyeran una “comunidad” que acogía con beneplácito el liderazgo soviético ni que el problema nacional hubiera sido resuelto en la Unión Soviética.
El hombre soviético fue una ficción y sólo existían: rusos, ucranianos, bielorrusos, kazajos, armenios y otras decenas de nacionalidades. Es cierto que en Crimea como en toda la antigua Unión Soviética existen poblaciones y sentimientos pro rusos, aunque también los hay contrarios. El fracaso de la idea de convertir los territorios ex soviéticos en la Comunidad de Estados Independientes bajo la égida de Rusia fue otra evidencia.
La moraleja es aleccionadora: ignorar los problemas descalifica a quien lo hace, aplazarlos no es resolverlos y ocultarlos, los agrava. Allá nos vemos.
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