La política que en nuestro país es el ingrediente infaltable, no podía dejar de interferir en la emergencia que sufre el departamento del Beni y el Norte de La Paz por las inundaciones sin precedentes. La tirantez entre el Gobierno Nacional y la gobernación del Beni hace crisis en los días más álgidos de la contingencia.
Esa situación no pudo menos que derivar en la falta de efectividad en las acciones de auxilio, de modo que muchas poblaciones gravemente afectadas se han visto desatendidas de vituallas (alimentos, carpas, medicamentos, agua, etc.) o las han recibido en escasa cantidad.
Las escenas de los hechos que han podido llegar a las pantallas televisivas han sido y son suficientes para apreciar la devastación que sufren tan extensas regiones. Las familias humildes que las habitan han visto desaparecer por el impulso de las aguas sus precarias viviendas, sus enseres, animales y cuanto les permitían vivir en su secular abandono. Las haciendas ganaderas han perdido parte de sus hatos, lo que es todavía imposible de cuantificar totalmente, aunque en un cálculo preliminar alcanzan a cientos de miles de dólares.
La enormidad de esta desgracia y los desesperados pedidos de las autoridades y pueblo benianos han chocado con el empecinamiento del Gobierno Central para no hacer la declaratoria de situación de Desastre Nacional, la que, de inmediato, convocaría al auxilio suficiente e indispensable de la comunidad internacional, como las graves circunstancias lo exigen. Si bien el Gobierno ha destacado todo el transporte aéreo de emergencias del que dispone y la ayuda posible, no bastan ante las necesidades desatadas por el desastre. Entre otras cosas, sale a relucir que los helicópteros disponibles -único medio adecuado en emergencias como la presente- son irrelevantes frente a los requerimientos, como se refleja también en el resto de necesidades.
Por su parte el Gobierno aduce que ni las disponibilidades ni los recursos del Estado han sido rebasados, que se trata de un solo departamento afectado y, por último, en actitud soberbia y de su conocido espíritu beligerante cree apoyarse en motivos de “dignidad y soberanía nacional”. El desastre, las penurias actuales y las enfermedades que se avecinan como consecuencia, no se los atiende ni cura con alardes de orgullo enraizados en un fondo político que es el pan de cada día.
Si desde Rurrenabaque -límite departamental entre el Beni y La Paz- y las demás poblaciones benianas medianas y pequeñas hasta Guayaramerín, frontera con Brasil, padecen el embate de las aguas con algún auxilio, todo el Territorio Indígena Isiboro Sécure -región disidente del Gobierno- y particularmente el llamado Sécure Alto, se encuentran en total abandono e indiferencia. La distancia y accesibilidad de este último, solamente por vía fluvial, ahora crecida y casi innavegable, lo han convertido en el lugar más aislado y sin ayuda alguna. Ante esta orfandad la Gobernación cruceña los asiste como puede.
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