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Cada día de las últimas semanas ha sido como amanecer bajo un conteo regresivo para el gobierno de Nicolás Maduro. Venezuela puede estar a 5.000 kilómetros de Santa Cruz, pero con las comunicaciones modernas no hay más distancias y es fácil sucumbir al interés por determinar lo que ocurre en la tierra de Bolívar. Uno despierta preguntándose si la jornada traerá un epílogo sólo para ver otra vez crecer la espiral. La sucesión de episodios no permite tomar distancia para ver con alguna claridad el cuadro que ofrece el vecino país y auscultar el resultado por venir. Con el pasar de los días (ya van 30 desde que se incendió la chispa de la actual onda de disturbios en San Cristóbal) se afianza la sensación, desalentadora para ambos lados, de que la luz al final del túnel no está cercana.
Todo indica que las fuerzas militares venezolanas seguirán utilizando la fuerza indiscriminadamente y que seguirán en las calles y en sus barricadas las multitudes hastiadas de la escasez, la persistente inseguridad, la inflación y la ineptitud administrativa. Y que la espiral de víctimas seguirá en ascenso. Todo esto bajo el desdén de los burócratas de organismos internacionales y de los gobiernos que atesoran una actitud hipócrita ante la violación de los derechos humanos.
La ironía de esta situación es que los factores objetivos que le dieron origen continúan presentes, y que se agravan cada día. La inflación no mengua y la escasez persiste. La ruptura de relaciones diplomáticas con Panamá, anunciada a gritos rompe-tímpanos por el presidente Maduro, tiende a agravar el desabastecimiento y a alejar las inversiones.
Desde la distancia, parecería que el gobierno venezolano está en la arena movediza: cada movimiento lo hunde y hace más difícil salir de ella. La impresión que hay es que en Venezuela ocurre, a paso lento, un alzamiento cada vez más generalizado. El jueves circulaban informes sobre disturbios en 30 ciudades con más de 100.000 habitantes. A ese paso, el gobierno lucía en riesgo de quedar sólo con el apoyo de las bayonetas y de las milicias bolivarianas. Debido al malestar que persiste en su país, Maduro no pudo viajar a Chile el martes para la toma del mando de la nueva presidente Michelle Bachelet.
Culpar a otros por las deficiencias propias parece haber dejado de tener valor, incluso para los que creyeron esa argucia. Ya son pocos los que sostienen de dientes para afuera que todo o casi todo lo que ocurre es responsabilidad de una “derecha” inexplicablemente cada vez más extendida, de los Estados Unidos o del capitalismo. En algún momento habrá un cortocircuito y la rendición de cuentas puede ser inevitable. ¿Qué pasó con las montañas de dinero que recibió Venezuela en 15 (correcto) años de socialismo del Siglo XXI? Muchas preguntas aún ahora motivo de especulación (¿cuándo, cómo y dónde murió el presidente Chávez?, ¿quiénes lo atendieron?, ¿habrá un diario de algún médico o enfermera que relate los días finales del comandante?, ¿cuál es el papel de Cuba dentro de Venezuela?, ¿hubo manipulación de los resultados de las últimas elecciones en ese país?) podrían encontrar respuesta.
Tampoco quedará inmune la inutilidad de la diplomacia ante la tozudez de gobiernos que han convertido en su meta principal la permanencia en el poder a cualquier costo. Las piezas del ajedrez de una sociedad no son estáticas. Cuando cambien posición, los que antes defendían los derechos humanos y ahora les dan la espalda para colocarse al lado de quienes los conculcan, tendrán mucha dificultad en volver a levantar la voz. Las horas y las actitudes de estos días, para personas, naciones e instituciones, serán el telón de fondo bajo el que podrán ser juzgados, quizá más temprano que tarde.
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