Menudencias
El ex fiscal Marcelo Sosa salió del país por el Perú. En Iñapari, un pequeño pueblo peruano de frontera cerca a Bolpebra lo esperaban tres importantes refugiados políticos bolivianos que viven en Brasil. Ellos lo ayudaron a llegar, primero, hasta Basilea, la ciudad que está frente a Cobija. Y de allí, por avión, lo acompañaron hasta Brasilia, donde pidió ser admitido como refugiado político. Su pedido se definirá en 180 días a partir del martes pasado, en que hizo el trámite.
Según los tiempos de esa versión, Sosa habría llegado a Iñapari entre el sábado y el domingo, pues su fugaz tránsito por la frontera del norte pandino se registró el lunes. Las noticias de Brasilia dicen que el permiso temporal de asilo se lo concedió ACNUR el martes, un día antes de la fecha en que debía prestar declaración en la Fiscalía Anticorrupción, en Santa Cruz, para declarar como imputado en los procesos por extorsión a la gente que él mismo había enviado a prisión sindicada en el supuesto caso de Terrorismo que, según informes oficiales, había sido descubierto el 2009 en la capital oriental.
Cierta o no la versión sobre su salida de Bolivia, que viene de fuente seria, su fuga y búsqueda en Brasil de refugio como perseguido político termina de configurar el más complicado caso de supuesto terrorismo, separatismo y hasta magnicidio, como se lo calificó en principio y en el que se mezclan lo peor de la política y la justicia criollas. Calificarlo complicado es en realidad eufemismo. Sus ingredientes permiten tipificarlo, más bien, tenebroso y delincuencial. Con una alta dosis de absurdo.
Tenebroso, porque a casi cuatro años de la muerte de tres personas, acribilladas a tiros en un hotel céntrico de Santa Cruz, todavía se desconoce quién los trajo, por qué vinieron, a qué vinieron y cómo es que murieron. Sosa, principal investigador del caso, pasa de acusador a acusado. De perseguir a ser perseguido.
El ex fiscal culpa de sus penurias, según una carta de su presunta autoría publicada en El Deber, al gobierno y a la oposición, al mismo tiempo. Denuncia que las autoridades del gobierno le pidieron “en muchas oportunidades que realice acciones investigativas que vulneran derechos...”, que “incluya en esa investigación a líderes cruceños sobre los que no tenían ninguna prueba” y que esas autoridades “que hoy callan ayer me pedían que colabore con sus fines políticos”. Y denuncia también al bando contrario. Afirma que “todas las fuerzas de oposición” en la Asamblea Legislativa “se unían para atacarme” al punto que durante el último año fue “perseguido como si fuera un vulgar delincuente” por lo que dice sentir que “algunos funcionarios del gobierno se han unido a la oposición” para buscar su detención. Suena bastante absurdo.
Ese embrollo tenebroso comenzó a mostrar hilachas cuando alguna gente le perdió el miedo al entonces poderoso fiscal y comenzó las denuncias de extorsión. En febrero se dijo que se ordenó su detención preventiva por faltar a las audiencias del caso Terrorismo sin explicación alguna. Y comenzaron las chicanas de su abogado para justificar esa ausencia u otras a distintas citaciones a declarar. El y su abogado son ahora investigados por las denuncias de extorsión. Se desconoce aún qué se encontrará en el fondo del ovillo que se comenzó a desenredar.
Entre la mucha lectura inútil que traen las redes sociales figura esta perlita que viene al caso. “Quien se miente y escucha sus propias mentiras, llega a no distinguir ninguna verdad, ni en él ni alrededor de él”. La trama de todo el embrollo, pese a ser tan compleja, resume una forma de actuar muy común. Aferrarse a la mentira, a la chicana leguleya o al esconder la cabeza y desaparecer para eludir responsabilidades es señal de cobardía y falta de moral. Pero suponer que el atropello desde posiciones eventuales de poder es posible y queda impune es un grueso error. La sabiduría popular tipificó el final de esas conductas: quien mal anda, mal acaba. Más allá de eso, la historia enseña y lo prueba el caso Sosa, el final previsible es la salida de escena con ignominia, que no libera nunca el juicio de la conciencia. Si es que se tiene principios y valores.
Por encima de toda la suciedad en que está inmerso el otrora poderoso fiscal, el esclarecimiento total del caso de presunto terrorismo, separatismo y magnicidio que tuvo a su cargo le importa al país. Sobre todo a sus máximas autoridades que, por angas o mangas, pueden ser salpicadas. No en vano el propio Presidente dijo en Caracas que él dio la orden de actuar, cuando se acribilló a tiros a Eduardo Rózsa Flores y su gente en el Hotel Las Américas. Pero importa más por razón de justicia. Hay aún gente en prisión u obligada a vivir en el exterior por lo que hizo o dejó de hacer Sosa. Tal vez pueda redimirse revelando ahora todo lo que sabe, sin mentirse a sí mismo.
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