Ha transcurrido un año desde el 13 de marzo de 2013, cuando fue elegido cabeza de la Iglesia católica el Papa Francisco I, el primer Francisco, el primer jesuita y el primer latinoamericano en ocupar el solio papal. En este breve tiempo, la Iglesia de Cristo ha sido objeto de importantes reformas, en especial en la orientación que la ha dado Bergoglio para ser una Iglesia pobre y para los pobres.
La revista estadounidense Time lo ha elegido como personaje del año, haciendo hincapié en su perfil de ser un Papa para la gente y haber trasladado al pontificado a las calles, además de haber captado en poco tiempo tanta atención. Otra importante revista, como es Rolling Stone, lo ha denominado Francisco Superstar, es decir “súper estrella”. Dijo la publicación: “Su tono es un soplo de aire fresco, pero su mensaje es un llamado de atención”, en referencia a los problemas sociales como la pobreza.
Bergoglio desempeña su función de príncipe de la Iglesia con humildad y autoridad, ha sacudido las viejas estructuras de la más importante organización ecuménica cristiana y pretende proyectarla a futuro con una renovada visión de Iglesia al servicio y en contacto con la gente, en especial la más necesitada, y para ello ha comenzado con su persona, renunciando a símbolos y comodidades fijadas para su investidura.
En este año de liderazgo, el Papa del pueblo ha encarado importantes reformas hacia el interior de la Iglesia católica, siguiendo una línea de respuesta a los tiempos presentes y su realidad, no obstante que por definición la Iglesia es una institución que debe conservar ciertas creencias y costumbres del pasado, que son parte de su estructura, al igual que sucede con otras instituciones en el Estado o del Estado, como las Fuerzas Armadas, que tienen similar estructura, basadas en la obediencia y sometimiento de sus miembros a las normas y reglamentos, así como a sus autoridades; en las instituciones de la sociedad descansa la tradición o tradiciones sociales.
El obispo máximo de Roma se ha referido a temas tan delicados como el de los “gays”, afirmando que no debemos juzgar al prójimo, tal como enseñó Jesucristo cuando sentenció: No juzguéis, perdonad. Ha condenado los abusos cometidos por miembros de la Iglesia en calidad de pastores y ha dispuesto que se lleve el evangelio de Cristo a la gente y no esperar que ésta sea la que vaya a los templos, es decir una visión que pareciendo moderna se remonta a los tiempos primeros de la Iglesia evangelizadora y no burocratizada.
Los seguidores de la Iglesia fundada por Cristo y que permanece enhiesta hace más de dos mil años, esperamos mucho más de Bergoglio, para que nuestra Iglesia no sólo se acerque a los pobres, sino que nos acerque a todos a vivir en una comunidad de hermanos unidos por el vínculo del amor cristiano, dejando el exagerado materialismo de este tiempo y el individualismo exacerbado que nos hace vivir sólo para nosotros y no para los demás.
Luego de haber sido elegido como nuevo Papa, Bergoglio fue acusado por grupos extremistas de su patria de nacimiento, de haber callado en la dictadura militar que combatió ceñudamente a los grupos extremistas argentinos, y esa labor represiva afectó los derechos humanos de unos y otros. Esas voces de censura que fueron también recogidas en nuestro país, como la de un escritor cochabambino de militancia populista, que en una nota en un periódico colega de nuestra ciudad, en su revista dominical Ideas de 17 de marzo del pasado año, con el seudónimo “ojo de vidrio” escribió contra el nuevo Papa, endilgándole una conducta contra los líderes populares latinoamericanos del ALBA para -según dijo- minar su popularidad, confundiendo popularidad con populismo, conceptos distintos, seguramente afectado en su visión por un ojo de vidrio populista.
El Papa Francisco en estos difíciles tiempos se ha convertido en un ariete, no contra los populismos latinoamericanos -como mencionó en su nota el señor Monroy- sino contra la pobreza, y la corrupción humana que amenaza la sociedad.
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