Se puede asegurar que es inconmensurable. Hablamos de la justicia divina, aquella en la que se cifra toda última esperanza, aunque existan quienes así no quieran creerlo, estando, por supuesto, en su pleno derecho.
No obstante, más allá de toda discusión o razonamientos filosóficos, se impone en el ser humano -en su yo más profundo- aquello de confiar únicamente en algo superior que le permitirá encontrar la solución a sus problemas, lo que en resumidas cuentas ha de constituir para él la justicia definitiva. Nunca estará por demás señalar que numerosas personas han llegado a experimentar esta situación o extremo: ¡Dios me hará justicia!, tal como habría expresado el personaje de ficción de la obra “El Conde de Montecristo”, novela escrita por Alejandro Dumas en 1845. A la vez es menester recordar que también era frecuente escuchar en nuestro medio, cuando se imponía la injusticia en casos en los que a todas luces, siendo claros, y no existiendo por dónde perderse, dictaminaban lo contrario: ¡déjelo todo en manos de Dios!
A propósito, en un debate entre teólogos, expertos en historia de la propaganda, profesores de religión, y otros, sobre la Iglesia católica de nuestros tiempos, realizado en un canal internacional de la televisión por cable hace un par de semanas, llegó a asegurar alguno de ellos que “ya nadie hace caso a la jerarquía eclesiástica en estos tiempos, cayendo sus dictámenes en saco roto”, mientras otro enfatizó que todo lo que surge desde el Vaticano “es pura propaganda, hablándose por ello del Papa bueno, el Papa viajero, etc.”. A su turno otro ferviente defensor del catolicismo sostuvo que se superará todo cuando nos “empoderemos” de nosotros mismos, ya que el capitalismo voraz y salvaje, así como los extremos de éste, mata cualquier creencia e idea de compromiso.
También llegaron a debatir sobre las cúpulas en los distintos campos del quehacer humano, incluido el religioso, que han estado complicadas, por lo que una Iglesia progresista capaz de aliarse con la sociedad y sus movimientos serviría para transformar esas situaciones adversas. Al respecto aseguraron “hay que mirar hasta el Siglo XX de una manera, y en adelante de otra, puesto que el relato que manejamos es de las décadas de los 70, y ahora en el Siglo XXI se debe cambiar”. Hay que salvaguardar a esta humanidad, cada hombre desde su creencia puede hacerlo, y quizá la alianza entre creyentes sirva para salvar la civilización, concluyó otro de los panelistas.
Como se podrá advertir, la discusión y falta de acuerdo se presenta hoy con bastante fuerza hasta en el campo de la fe; y sin embargo, paradójicamente, aunque los líderes religiosos nunca han llegado a ponerse de acuerdo, el ser humano no ha perdido la convicción de que existe algo que está por encima de todo, y que en el momento menos pensado, en la peor flaqueza, o cuando aparentemente el desmoronamiento es total, surgirá para darle la razón: ¡la justicia divina!
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