Desastre

El destino de una región está en manos de otro ser humano, y considerando esa circunstancia –debido a las situaciones por las que atraviesa hoy el país- es que hacemos una triste reminiscencia de la implacable inundación que sufrió el Puerto de Guaqui, en marzo de 1986, por encontrarse a orillas del Lago Titicaca, que había subido su nivel, hasta llegar sus aguas a la misma población.

Aquella vez sólo se necesitaba que las autoridades del Gobierno digan o decreten: desastre, y se hubiera salvado ese puerto. No se tomó en cuenta que en 1904, después de la pérdida del Litoral, Guaqui había sido declarado Puerto Mayor internacional de Bolivia. Pero entonces todo fue dejado a la imprevisión, negligencia e incapacidad, por lo que las aguas arrasaron e hicieron desaparecer el Templo de la Virgen del Carmen, la Normal Católica Obispo Bosque, la H. Alcaldía Municipal, el Casino Militar y sus viviendas.

Los habitantes tuvieron que huir y refugiarse en las partes altas del pueblo. Algo se salvó de las estructuras del Ferrocarril Guaqui-La Paz. Pero llegó el otro mal de los males que sufre Bolivia: todas las cargas de importación y exportación fueron transferidas o entregadas a la Empresa Cruz Blanca de Chile. Las nuevas generaciones tienen que leer y leer para saber que el Ferrocarril Guaqui- La Paz, eléctrico desde Challapampa, con la navegación por el Lago llegaba a Puno - Mollendo - Matarani, hacia el océano Pacífico. Las bodegas de carga llevaban la inscripción: “La vía más corta al Pacífico”, embarcando los minerales de Oruro y Potosí. También las locomotoras a vapor llevaban agua para el crecimiento de la Ceja de El Alto. Con mayor eficiencia aportaban al progreso de La Paz, contando con ramales hacia las molineras y todas las factorías de la ciudad.

Esa vía ferroviaria, junto a ese solar de la Patria, Guaqui, fueron abandonados ante las aguas y por la codicia del “buen vecino”. No queremos que esa tragedia se repita con los hermanos del Beni y Pando.

Los noticieros de televisión reflejan el sufrimiento de los habitantes de esa región oriental por las inundaciones, que causan dolor, hambre y enfermedades, privando a muchos de lo esencial que necesitan para vivir: un techo y un hogar. Todo ha desaparecido. Los paliativos y los ofrecimientos nunca van a suplir todo lo que ellos han perdido.

Por todo eso sus habitantes han pedido que, por piedad, el Gobierno declare en estado de desastre al Beni y Pando, en vista de que las grandes represas del Brasil son un peligro de inundaciones permanentes. ¿Y quién repone la pérdida de más de 100 mil cabezas de ganado?

El Brasil tiene la obligación de prestar la ayuda necesaria a los damnificados, por los daños que ocasiona y ocasionará el rebalse de sus represas. También se podría traer desde la nación del Norte las barcazas que sean necesarias para llevar vacunos a tierra firme, salvando los que quedan, pues miles se han ahogado. En todo esto es cuestión de obrar con inteligencia y sencillez, tenemos que entender que una cosa es el “imperialismo” y otra es el pueblo de Estados Unidos, país donde están miles de compatriotas bolivianos, para qué decir los motivos por los cuales se han ido.

Busquemos la hermandad entre las naciones, así llegará la paz y la fraternidad humana.

Cumplir el verdadero deber de boliviano es condolerse -con sinceridad de actos- por el dolor y las penurias de los hermanos del Beni y Pando.