El conocimiento y la sabiduría ejercieron gran influencia de fascinación en el corazón de los humanos desde el origen de nuestra especie. Lo importante en las personas fue identificar la significativa desviación manifestada en los tiempos primitivos y que siempre amenaza con reaparecer en los momentos o vicisitudes turbulentos de nuestra historia. Esa desviación es la confusión, o peor, la identificación de la Ciencia con el Poder, encontrándola en el marxismo y en la barbarie del imperialismo alemán. En contraposición existe un conocimiento práctico que tiende a la acción no al poder, ya para crear una obra artística bien hecha, ya para cumplir buenas acciones como el conocimiento de la moral y de las virtudes.
Lo definitivo es que el conocimiento por su naturaleza en sí, no es proclive al poder ni siquiera a la acción sino al valor supremo de la verdad, consecuentemente en todos los grados del conocimiento desde el más sencillo al más complicado o elevado, solo la verdad se libera.
Todo lo precedente es una referencia al conocimiento de la razón especulativa, propio del filósofo y del hombre de ciencia. El lector intuye que lo expresado seria incompleto en el conocimiento humano si no consideramos otra especie de conocimiento que no se adquiere mediante ideas o razonamientos sino por proclividad, por simpatía, connivencia o connaturalidad. Este es el conocimiento místico de la persona contemplativa y que, muy probable, nunca haya aprendido filosofía o teología pero que vive las cosas divinas y que las conoce en virtud de su inclinación de amor a Dios.
El conocimiento poético del artista que eventualmente puede desconocer la psicología, sociología o la ética y, pese a ello, para revelarse a sí mismo, es decir, a su ser más profundo en la obra que produce refleja su intuición o emoción creadora.
La actividad del arte no es una actividad de conocimiento sino de creación para crear un objeto según las exigencias internas y del bien propio del objeto creado. Lo que interesa es que el hecho de que esta actividad creadora implica en su esencia cierto tipo de conocimiento que es el poético y por el mismo poeta no puede expresar en una obra su propia substancia, a menos que las cosas encuentren resonancia en él, y que en el decanten en un mismo desencapsulamiento o emerjan juntos del sueño.
La actitud o juicio ante las obras de arte es dependiente al gusto natural y a la educación artística y al concepto de arte que se posea. Sería tangencial creer que el arte se basa en la actividad de la habilidad proyectada a distraer o gustar momentáneamente o a reflejar fácil y agradablemente una imagen de ideas preconcebidas que exigen que la obra de arte confirme la visión propia de las cosas que se tiene.
En este específico caso se juzga a la obra como un objeto que se somete según la disposición de espíritu de la persona; siendo el resultado que con esa actividad no se juzga a la obra sino que esta nos juzga. Es totalmente diferente si se acepta que el arte es creador, de origen espiritual y manifiesta el intimo yo del artista, las secretas correspondencias que percibió al crear un cuadro, un libro o una partitura, por citar un resumen. Solo en este caso estas obras nos expresan la carga de doble misterio que encierran: la personalidad del artista y la realidad que movió su intuición y su corazón en su creación y que esta genere alegría al contacto con la belleza y el conocimiento de la verdad oculta; aquí, precisamente aquí, si se somete a uno la medida de la obra y al espíritu de la persona, entonces, se juzga, pues el sujeto no se eleva a juez sino que precisa ser dócil con respe cto a lo que la obra, si es buena, puede enseñar.
El único artista que no es acreedor de respeto es aquel que crea para gustar al público, para conseguir éxito comercial y honores académicos. Raúl Pino-Ichazo T., Editor y Presidente de la Sociedad de Escritores de Bolivia
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